La hegemonía de los intelectuales

A fines del siglo XIX se estabilizó un nuevo tipo de ser humano en Occidente, el del “intelectual”, quien mantiene una reflexión permanente acerca de la realidad en todos sus matices. El poder de esta “nueva clase” (no en el sentido marxista para no desesperar al cadáver de Marcuse) se hizo evidente en el conocidísimo caso Dreyfus: los intelectuales lograron la derrota del todopoderoso estado militar francés profundamente impregnado de antisemitismo.

Según Schumpeter, si lo entendí bien, el intelectual reemplazó al pensador, en cuanto este profundizaba en un ámbito del saber: era filósofo, politólogo, sociólogo, téologo…., aquel, en cambio, amplió el abanico de sus intereses y la temática de sus opiniones, además, pretendió, con todo éxito, convertirse en un grupo dirigente de la opinión y por su medio, de la sociedad, con el lustre dado por las bases científicas de sus opiniones.

Cae por su peso que detrás de esta pretensión puede esconderse una superficialidad pavorosa, unida a una autoestima poco racional: el intelectual se atreve a opinar de todo y sobre todo; los resbalones se dan cuando no se ha informado bien sobre al tema a tratar y habla sin fundamentos ni teóricos ni empíricos. Las opiniones degradan en esperpénticas cuando nacen de los prejuicios y de la voluntad de no superarlos.

A mediados del siglo pasado en Occidente existía una bien asentada élite de personas dedicadas a reflexionar desde su alto sitial de “intelectuales”. Ellos, por cesión cobarde de los líderes políticos, temerosos de los dardos impregnados de sabiduría y sarcasmo por su poca preparación teórica, se adueñaron de la educación y de los medios de comunicación.

En consecuencia, los intelectuales se convirtieron en un grupo endogámico y excluyente (con las correspondientes luchas de poder intestinas por la supremacía de uno u otro clan): se citaban entre ellos, se alababan, se publicaban y comentaban, se editaban y reeditaban… La masa ignara, sin caer en la tentación de pensar, los seguía y veneraba, para acceder de refilón a su prestigio.

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