Los anti Borges

En el Ecuador se denomina los “contras” a quienes son contrarios a otros, ya sea por ideología o porque simplemente les caen mal, sin importarles el daño que causan pues sus razones no son muy justas, muchas veces viscerales, aunque tales malas acciones hayan después sido restañadas por el tiempo.

El caso de Jorge Luis Borges es curioso. Borges hoy es admirado en el mundo entero, es ya un clásico de la literatura del siglo XX, su influencia es evidente en autores de diversas culturas. El castellano no es el mismo luego de los escritos de Borges. Sin embargo, hubo escritores y críticos de su generación para quienes Borges fue una perturbación, algunos dudaron del valor de su escritura.

El escritor Ignacio Anzoátegui opina que un artículo de Borges sobre el infierno es “indigno del cerebro de un pollo”; a ‘Fervor de Buenos Aires’ le siente con “olor de agua de albañal”. Ernesto Sábato afirma que los cuentos de Borges pertenecen “a esa literatura lúdica y bizantina que constituye el lujo (pero también la flaqueza) de una gran literatura”. “Sutil a veces, libresco siempre: no veo más en Borges”, afirma de Borges Enrique Anderson Imbert.

El mismo Anderson: “Veo sí, que es inteligente, que es estudioso, que es fino, que tiene voluntad de estilo, que es, en una palabra, superior a sus compañeros de generación. Pero ¿merecen estas virtudes tan impersonales la devoción que se prodiga a Borges?”. A tal escritor de la época le responde tal vez el Eclesiastés: “Pasa una generación y le sucede otra, más la tierra siempre queda estable”.

Ramón Doll sostiene que “Borges no tiene significación literaria, estrictamente literaria, no tiene lengua viva, de validez histórica. Habla en una lengua que no es la suya y tal vez de nadie”. Concluye que “simplemente escribe para irritar a los argentinos”.

Adolfo Prieto, en 1954, dice: “Borges es más un fenómeno de presencia que el autor de una obra intrínsecamente valiosa”, “apreciación que la comparte la juventud actual”, concluye. A todo ello Borges dijo “que no lee a los críticos” y que “una obra será clásica si se la lee doscientos años después de escrita”.

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