Necesidades latinoamericanas

Alfonso Espín Mosquera

A las 10h00, la “9 de Julio” es un avispero de autos y gente que van y vienen en todos los sentidos. Los árboles se despeinan por los vientos veraneros que buscan Puerto Madero y los bonaerenses afanados por sus destinos no miran atrás y aceleran sus pasos. Nadie comenta las últimas elecciones; la política es una resignación tediosa con la mínima esperanza de que algo cambie. Derecha e izquierda no son nombres importantes. Los precios inflados, el trabajo, cargar el pasaje del colectivo, del Metro y la subsistencia es lo que importa.

Buenos Aires es una radiografía del resto de capitales latinoamericanas. Ir y venir en pos de la vida es el común denominador, pero en cada una hay circunstancias particulares. En la vida porteña, la villa del Tango y la Milonga, la vida cultural no cesa, se muestra potente, tiene prioridad en algunos segmentos de sus habitantes. Tal vez con ella olvidan el malhumor que trae la política y crecen en sensibilidades que solo dan las artes.

La cultura debe ser un eje transversal que abone el crecimiento de personas con criterio, con la preocupación del respeto al otro y al bien común; de lo contrario, las aspiraciones sociales no pasarán de ir detrás del último celular de moda o del vehículo del año, sin pensar en la honestidad como norma de vida.
Nuestras poblaciones se han hastiado de ofertas electorales, de nombres, apellidos, de dirigentes, posturas, consignas. Han caído peligrosamente en el triste camino de la indiferencia política. Aún existen los fanatismos, las inconciencias y las exacerbaciones atolondradas de seguidores de algún populista sin rumbo, pero opulento de ambiciones.

Habrá que generar espacios de lectura y debate. Tendremos que acercarnos a la universalización de la cultura, en la manifestación que más nos guste. Habrá que trabajar con las generaciones nuevas, sembrando y propiciando la danza, el teatro, la poesía, la música, el canto, la plástica. Los tecnicismos nos vuelven aletargados y con preferencias peligrosas: el ser humano solo suma para comprar y es una cifra más de las cuentas contables del consumismo y, desde luego, de las fraudulentas aspiraciones de los caudillos.

[email protected]

Alfonso Espín Mosquera

A las 10h00, la “9 de Julio” es un avispero de autos y gente que van y vienen en todos los sentidos. Los árboles se despeinan por los vientos veraneros que buscan Puerto Madero y los bonaerenses afanados por sus destinos no miran atrás y aceleran sus pasos. Nadie comenta las últimas elecciones; la política es una resignación tediosa con la mínima esperanza de que algo cambie. Derecha e izquierda no son nombres importantes. Los precios inflados, el trabajo, cargar el pasaje del colectivo, del Metro y la subsistencia es lo que importa.

Buenos Aires es una radiografía del resto de capitales latinoamericanas. Ir y venir en pos de la vida es el común denominador, pero en cada una hay circunstancias particulares. En la vida porteña, la villa del Tango y la Milonga, la vida cultural no cesa, se muestra potente, tiene prioridad en algunos segmentos de sus habitantes. Tal vez con ella olvidan el malhumor que trae la política y crecen en sensibilidades que solo dan las artes.

La cultura debe ser un eje transversal que abone el crecimiento de personas con criterio, con la preocupación del respeto al otro y al bien común; de lo contrario, las aspiraciones sociales no pasarán de ir detrás del último celular de moda o del vehículo del año, sin pensar en la honestidad como norma de vida.
Nuestras poblaciones se han hastiado de ofertas electorales, de nombres, apellidos, de dirigentes, posturas, consignas. Han caído peligrosamente en el triste camino de la indiferencia política. Aún existen los fanatismos, las inconciencias y las exacerbaciones atolondradas de seguidores de algún populista sin rumbo, pero opulento de ambiciones.

Habrá que generar espacios de lectura y debate. Tendremos que acercarnos a la universalización de la cultura, en la manifestación que más nos guste. Habrá que trabajar con las generaciones nuevas, sembrando y propiciando la danza, el teatro, la poesía, la música, el canto, la plástica. Los tecnicismos nos vuelven aletargados y con preferencias peligrosas: el ser humano solo suma para comprar y es una cifra más de las cuentas contables del consumismo y, desde luego, de las fraudulentas aspiraciones de los caudillos.

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A las 10h00, la “9 de Julio” es un avispero de autos y gente que van y vienen en todos los sentidos. Los árboles se despeinan por los vientos veraneros que buscan Puerto Madero y los bonaerenses afanados por sus destinos no miran atrás y aceleran sus pasos. Nadie comenta las últimas elecciones; la política es una resignación tediosa con la mínima esperanza de que algo cambie. Derecha e izquierda no son nombres importantes. Los precios inflados, el trabajo, cargar el pasaje del colectivo, del Metro y la subsistencia es lo que importa.

Buenos Aires es una radiografía del resto de capitales latinoamericanas. Ir y venir en pos de la vida es el común denominador, pero en cada una hay circunstancias particulares. En la vida porteña, la villa del Tango y la Milonga, la vida cultural no cesa, se muestra potente, tiene prioridad en algunos segmentos de sus habitantes. Tal vez con ella olvidan el malhumor que trae la política y crecen en sensibilidades que solo dan las artes.

La cultura debe ser un eje transversal que abone el crecimiento de personas con criterio, con la preocupación del respeto al otro y al bien común; de lo contrario, las aspiraciones sociales no pasarán de ir detrás del último celular de moda o del vehículo del año, sin pensar en la honestidad como norma de vida.
Nuestras poblaciones se han hastiado de ofertas electorales, de nombres, apellidos, de dirigentes, posturas, consignas. Han caído peligrosamente en el triste camino de la indiferencia política. Aún existen los fanatismos, las inconciencias y las exacerbaciones atolondradas de seguidores de algún populista sin rumbo, pero opulento de ambiciones.

Habrá que generar espacios de lectura y debate. Tendremos que acercarnos a la universalización de la cultura, en la manifestación que más nos guste. Habrá que trabajar con las generaciones nuevas, sembrando y propiciando la danza, el teatro, la poesía, la música, el canto, la plástica. Los tecnicismos nos vuelven aletargados y con preferencias peligrosas: el ser humano solo suma para comprar y es una cifra más de las cuentas contables del consumismo y, desde luego, de las fraudulentas aspiraciones de los caudillos.

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Alfonso Espín Mosquera

A las 10h00, la “9 de Julio” es un avispero de autos y gente que van y vienen en todos los sentidos. Los árboles se despeinan por los vientos veraneros que buscan Puerto Madero y los bonaerenses afanados por sus destinos no miran atrás y aceleran sus pasos. Nadie comenta las últimas elecciones; la política es una resignación tediosa con la mínima esperanza de que algo cambie. Derecha e izquierda no son nombres importantes. Los precios inflados, el trabajo, cargar el pasaje del colectivo, del Metro y la subsistencia es lo que importa.

Buenos Aires es una radiografía del resto de capitales latinoamericanas. Ir y venir en pos de la vida es el común denominador, pero en cada una hay circunstancias particulares. En la vida porteña, la villa del Tango y la Milonga, la vida cultural no cesa, se muestra potente, tiene prioridad en algunos segmentos de sus habitantes. Tal vez con ella olvidan el malhumor que trae la política y crecen en sensibilidades que solo dan las artes.

La cultura debe ser un eje transversal que abone el crecimiento de personas con criterio, con la preocupación del respeto al otro y al bien común; de lo contrario, las aspiraciones sociales no pasarán de ir detrás del último celular de moda o del vehículo del año, sin pensar en la honestidad como norma de vida.
Nuestras poblaciones se han hastiado de ofertas electorales, de nombres, apellidos, de dirigentes, posturas, consignas. Han caído peligrosamente en el triste camino de la indiferencia política. Aún existen los fanatismos, las inconciencias y las exacerbaciones atolondradas de seguidores de algún populista sin rumbo, pero opulento de ambiciones.

Habrá que generar espacios de lectura y debate. Tendremos que acercarnos a la universalización de la cultura, en la manifestación que más nos guste. Habrá que trabajar con las generaciones nuevas, sembrando y propiciando la danza, el teatro, la poesía, la música, el canto, la plástica. Los tecnicismos nos vuelven aletargados y con preferencias peligrosas: el ser humano solo suma para comprar y es una cifra más de las cuentas contables del consumismo y, desde luego, de las fraudulentas aspiraciones de los caudillos.

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