¿Se puede ser anticapitalista?

Roberto Álvarez Quiñones*

En los últimos años se han vuelto cosa común en Occidente las manifestaciones callejeras violentas de jóvenes, y no tan jóvenes, que se autoproclaman anticapitalistas, antisistema, antineoliberales o antiglobalización.
Son protestas primas hermanas de las que se producen últimamente en países de Sudamérica contra gobiernos no aliados de La Habana y Caracas. Con el estandarte del rechazo al “neoliberalismo” en buena medida estas revueltas son organizadas o estimuladas por el largo brazo movilizador y desestabilizador del castrismo —el non plus ultra del anticapitalismo en las Américas—, ahora con la contribución monetaria del narcotráfico aportada por Caracas.

Pero no son esas protestas en Latinoamérica, todas anticapitalistas, las que trataré de desmenuzar aquí, sino la irracionalidad de declararse anticapitalista. Los jóvenes así autotitulados se sienten más modernos que sus ancestros “tan equivocados”, y en mejor sintonía con el siglo XXI. No quieren saber nada de lo viejo: del capitalismo, la derecha, de ningún gobierno que no sea “revolucionario”.

Por ignorancia desconocen tres cosas primordiales: 1) que ellos no son modernos sino anticuados, pues constituyen una nueva versión del anarquismo, una de las más aberrantes corrientes políticas del siglo XIX y principios del XX; 2) que, de lo contrario, son comunistas ortodoxos de la vieja escuela incendiaria de Marx, Lenin, Trotski, Mao, las FARC y el “Che” Guevara; y 3) que no se puede ser anticapitalista porque no hay forma de ser antieconomía o antinaturaleza humana.

Pero la izquierda marxista preservó la costumbre de emplear la palabra capitalista como un estigma, pese a la muerte por causas naturales de la supuesta alternativa socialista. Y a fuer de ser repetida pasó al ADN de la cultura social y política modernas.

No importa que se haya constatado que la única forma de economía que funciona, crea riquezas y hace posible el desarrollo social es la de libre mercado, basada en la propiedad privada.
*Editado de ttps://diariodecuba.com

Roberto Álvarez Quiñones*

En los últimos años se han vuelto cosa común en Occidente las manifestaciones callejeras violentas de jóvenes, y no tan jóvenes, que se autoproclaman anticapitalistas, antisistema, antineoliberales o antiglobalización.
Son protestas primas hermanas de las que se producen últimamente en países de Sudamérica contra gobiernos no aliados de La Habana y Caracas. Con el estandarte del rechazo al “neoliberalismo” en buena medida estas revueltas son organizadas o estimuladas por el largo brazo movilizador y desestabilizador del castrismo —el non plus ultra del anticapitalismo en las Américas—, ahora con la contribución monetaria del narcotráfico aportada por Caracas.

Pero no son esas protestas en Latinoamérica, todas anticapitalistas, las que trataré de desmenuzar aquí, sino la irracionalidad de declararse anticapitalista. Los jóvenes así autotitulados se sienten más modernos que sus ancestros “tan equivocados”, y en mejor sintonía con el siglo XXI. No quieren saber nada de lo viejo: del capitalismo, la derecha, de ningún gobierno que no sea “revolucionario”.

Por ignorancia desconocen tres cosas primordiales: 1) que ellos no son modernos sino anticuados, pues constituyen una nueva versión del anarquismo, una de las más aberrantes corrientes políticas del siglo XIX y principios del XX; 2) que, de lo contrario, son comunistas ortodoxos de la vieja escuela incendiaria de Marx, Lenin, Trotski, Mao, las FARC y el “Che” Guevara; y 3) que no se puede ser anticapitalista porque no hay forma de ser antieconomía o antinaturaleza humana.

Pero la izquierda marxista preservó la costumbre de emplear la palabra capitalista como un estigma, pese a la muerte por causas naturales de la supuesta alternativa socialista. Y a fuer de ser repetida pasó al ADN de la cultura social y política modernas.

No importa que se haya constatado que la única forma de economía que funciona, crea riquezas y hace posible el desarrollo social es la de libre mercado, basada en la propiedad privada.
*Editado de ttps://diariodecuba.com

Roberto Álvarez Quiñones*

En los últimos años se han vuelto cosa común en Occidente las manifestaciones callejeras violentas de jóvenes, y no tan jóvenes, que se autoproclaman anticapitalistas, antisistema, antineoliberales o antiglobalización.
Son protestas primas hermanas de las que se producen últimamente en países de Sudamérica contra gobiernos no aliados de La Habana y Caracas. Con el estandarte del rechazo al “neoliberalismo” en buena medida estas revueltas son organizadas o estimuladas por el largo brazo movilizador y desestabilizador del castrismo —el non plus ultra del anticapitalismo en las Américas—, ahora con la contribución monetaria del narcotráfico aportada por Caracas.

Pero no son esas protestas en Latinoamérica, todas anticapitalistas, las que trataré de desmenuzar aquí, sino la irracionalidad de declararse anticapitalista. Los jóvenes así autotitulados se sienten más modernos que sus ancestros “tan equivocados”, y en mejor sintonía con el siglo XXI. No quieren saber nada de lo viejo: del capitalismo, la derecha, de ningún gobierno que no sea “revolucionario”.

Por ignorancia desconocen tres cosas primordiales: 1) que ellos no son modernos sino anticuados, pues constituyen una nueva versión del anarquismo, una de las más aberrantes corrientes políticas del siglo XIX y principios del XX; 2) que, de lo contrario, son comunistas ortodoxos de la vieja escuela incendiaria de Marx, Lenin, Trotski, Mao, las FARC y el “Che” Guevara; y 3) que no se puede ser anticapitalista porque no hay forma de ser antieconomía o antinaturaleza humana.

Pero la izquierda marxista preservó la costumbre de emplear la palabra capitalista como un estigma, pese a la muerte por causas naturales de la supuesta alternativa socialista. Y a fuer de ser repetida pasó al ADN de la cultura social y política modernas.

No importa que se haya constatado que la única forma de economía que funciona, crea riquezas y hace posible el desarrollo social es la de libre mercado, basada en la propiedad privada.
*Editado de ttps://diariodecuba.com

Roberto Álvarez Quiñones*

En los últimos años se han vuelto cosa común en Occidente las manifestaciones callejeras violentas de jóvenes, y no tan jóvenes, que se autoproclaman anticapitalistas, antisistema, antineoliberales o antiglobalización.
Son protestas primas hermanas de las que se producen últimamente en países de Sudamérica contra gobiernos no aliados de La Habana y Caracas. Con el estandarte del rechazo al “neoliberalismo” en buena medida estas revueltas son organizadas o estimuladas por el largo brazo movilizador y desestabilizador del castrismo —el non plus ultra del anticapitalismo en las Américas—, ahora con la contribución monetaria del narcotráfico aportada por Caracas.

Pero no son esas protestas en Latinoamérica, todas anticapitalistas, las que trataré de desmenuzar aquí, sino la irracionalidad de declararse anticapitalista. Los jóvenes así autotitulados se sienten más modernos que sus ancestros “tan equivocados”, y en mejor sintonía con el siglo XXI. No quieren saber nada de lo viejo: del capitalismo, la derecha, de ningún gobierno que no sea “revolucionario”.

Por ignorancia desconocen tres cosas primordiales: 1) que ellos no son modernos sino anticuados, pues constituyen una nueva versión del anarquismo, una de las más aberrantes corrientes políticas del siglo XIX y principios del XX; 2) que, de lo contrario, son comunistas ortodoxos de la vieja escuela incendiaria de Marx, Lenin, Trotski, Mao, las FARC y el “Che” Guevara; y 3) que no se puede ser anticapitalista porque no hay forma de ser antieconomía o antinaturaleza humana.

Pero la izquierda marxista preservó la costumbre de emplear la palabra capitalista como un estigma, pese a la muerte por causas naturales de la supuesta alternativa socialista. Y a fuer de ser repetida pasó al ADN de la cultura social y política modernas.

No importa que se haya constatado que la única forma de economía que funciona, crea riquezas y hace posible el desarrollo social es la de libre mercado, basada en la propiedad privada.
*Editado de ttps://diariodecuba.com