La forma del agua

ALEJANDRO FABARA TORRES

No aparece la firma, pero su cine es inconfundible. Hay faunos y dragones salvajes, algunos con apariencia humana, gente sola y acorralada que busca un refugio, que solo su imaginación se los dará. Historia de terror conviviendo con una lírica muy personal, una atmósfera y un tono que remiten a películas proyectadas de otro tiempo.

Hay películas de Guillermo del Toro que gustan más que otras, pero la singularidad de su obra es indiscutible. Su relación con el cine no está marcada por la calculadora, siempre han sido la fantasía, su corazón y sus miedos los que han guiado a este director.

Me fascinaron las imágenes de «La forma del agua», me preocuparon el presente y el futuro de sus angustiados personajes. Una protagonista nada glamurosa, ni guapa. Tiene un trabajo aburrido, pero no se queja. No se siente sola y sonríe mucho. Porque hay dos personas igual de perdidas que ella, que son sus amigos. Una compañera de trabajo que la protege y su vecino artista, anciano y gay, al que ella cuida y mima.

Me creí algo tan irracional como el romance de un sufriente monstruo anfibio y de una muda que no ha perdido la virginidad. El villano da miedo y la atmósfera de espías en plena guerra fría te empapa.

La dirección artística es magistral, combina de manera el género de ciencia ficción, espías, hiperrealismo, romanticismo, comedia musical y cuentos de hadas. Todo esto enmarcado en referencias a películas viejas, series de televisión de la infancia del director y, por qué no decirlo, un cierto humor gore tarantiniano.

«La forma del agua» es la denuncia de una sociedad llena de monstruos reales, como la que vivimos ahora. Es una de las historias de amor más insólitas, poéticas y emocionantes que se han visto en la pantalla grande. A veces, con toques de Amélie o casi muda como The Artist. Muchos la podrán encontrar irreal y ridícula. Pero no los voy a discutir. No hay términos medios con esta extraña película. O entras, o te quedas fuera.