Monseñor Ruiz, pastor inigualable

Paulina Coronel Páez

Mi respeto, admiración y homenaje a Monseñor José Mario Ruiz Navas, al cumplir 50 años de su ordenación episcopal. De él recibí los sacramentos del Bautismo, Primera Comunión y Confirmación; pero por sobre todo, aprendí que la frontalidad es un valor que debe primar en los seres humanos. Ese es el camino de la verdad, de la libertad. Que la puntualidad no es negociable, es un mínimo sentido de respeto al otro. Que solo el estudio, el trabajo, la preparación nos lleva al éxito. Que para hacer el bien no importa si vamos en un Toyota 4×4, lo importante es llegar y mejor si lo hacemos rápido; y que el amor al prójimo no es sinónimo de paternalismo.

Como lo dijo, Monseñor Eugenio Arellano, presidente de la Conferencia Episcopal, hay personas que llegan a este mundo y son como el sol o la luna, únicos. Así es Monseñor Ruiz, querido por muchos y seguramente rechazado por otros. Pero, con una capacidad intelectual, de trabajo y servicio a los demás inigualables. Arellano, resaltó que él siempre promovió la unidad de la Iglesia Católica, pero no como borregos, sino como adultos responsables. Yo le añadiría: un Pastor fuerte, acertado y equivocado, reconocido por sus obras materiales, sociales y espirituales en la Diócesis de Latacunga, en la Arquidiócesis de Portoviejo, y en el país.

Su trabajo con los indígenas sentó las bases de lo que hoy es el Movimiento Indígena y su brazo político. Algunos de sus líderes se formaron con Monseñor Ruiz. Integró a la Comunicación como eje transversal del progreso de una comunidad. Radio Latacunga, es un ejemplo. Siempre preocupado por la labor del Estado en bien de los ciudadanos, con distancias. Lo dijo: “Juntos pero no revueltos”.

“Ni grande con los pequeños, ni pequeño con los grandes”. Así es su vida. Y por sobre todo buscando: “Que todos sean uno”.