Un recorrido a ciegas por el cementerio de El Tejar

CEMENTERIO. Los visitantes llegan antes que anochezca. Su intención es saber cómo será su último lugar de descanso.
CEMENTERIO. Los visitantes llegan antes que anochezca. Su intención es saber cómo será su último lugar de descanso.

Esteban Cárdenas

“El coro es mi celda, la cocina es mi comedor. He ensuciado estos hábitos. Perdóname Padre. El coro es mi celda. La cocina es mi comedor. Perdóname Padre. He ensuciado estos hábitos”. Así grita un penitente mientras se escucha el sonido de un látigo que golpea su espalda.

Sus hábitos están manchados con sangre y sus rodillas lastimadas. “Soy el Padre Agustín Rubio. Cometí un error. No fue un asesinato, ni una violación”, cuenta a quienes están sentados en la capilla del Convento de El Tejar. Son 30 personas las que escuchan los gritos de un muerto que cuenta su historia.

-Aún recuerdo cuando estaba en el altar y el cura preguntó: ‘¿Hay alguna objeción para casar a esta pareja? Que hable ahora o calle para siempre’. Cuatro personas levantaron su voz. ‘Nosotros, porque es padre en nuestra comunidad y no puede contraer matrimonio’. Le había fallado a mi padre. Después de ser juzgado terminé aquí, en el Convento de El Tejar. Aquí paseo ¡Día y noche arrodillado!-

Tras hacer esa confesión, el fantasma calla y se arrodilla en el frío piso del convento mientras señala una cruz encendida por velas. Ahí, en la cruz del coro con la sangre chorreando por su frente reitera: “El coro es mi celda. La cocina es mi comedor. Perdóname Padre. He ensuciado mis hábitos y el sonido de los latigazos continúa.

“Pocos saben este hecho. Pero, incluso, si se fijan en las escaleras para subir al coro aún se puede ver la señal de mis rodillas ensangrentadas. ¿No lo escuchan?, es nuestro creador” dice mientras santigua a los visitantes, quienes luego son escogidos por una persona

Experiencia. Con vendas en los ojos, los participantes se guían tocando las paredes y las tumbas con las manos.
Experiencia. Con vendas en los ojos, los participantes se guían tocando las paredes y las tumbas con las manos.

Directo al cementerio
“Es tu turno”, susurra el alma que lleva la túnica y que toma las manos de los asistentes para guiarlos a la entrada del cementerio. Una vez ahí sentencia: “Espera aquí”. La venda se colocaba en los ojos de quien llega hasta este lugar. La macabra experiencia empieza y el camposanto recibe a 30 personas que caminarán por sus corredores sirviéndose unicamente del tacto, el olfato y el oído.

“Es por aquí”, “sigue caminando”, susurran los guías, mientras un escalofrío recorre la espalda. De a poco la sensación de frío propia de la noche se siente a cada paso. Los exploradores que se atreven a meterse en el inframundo se desorientan entre gradas y caminos empedrados, pero se mantienen pendientes de los susurros y de un silencio que cada vez se vuelve más incómodo.

Oído
“Ten cuidado. Vas a entrar a un mausoleo antiguo. El piso es irregular”, dice una de las almas que acompañan a los visitantes, quienes andan a tientas, con las manos estiradas y que deben atravesar una tela que tiene una textura paracida a la telaraña. “Quédense ahí parados y esperen”, dice otra voz de ultratumba.

EL DATO
Para más información de este y otros recorridos puede ingresar a la página de Facebook ‘Quito Post Mortem’“¿Cuáles son sus nombres?”, pregunta una mujer, cuyo eco se escucha en lo profundo del mausoleo. Verónica, Mily… responden los asistentes. Luego, la misma mujer cuestiona “¿quién es la persona más importante en su vida?” Mis hijos, mi mamá, mi esposa… dicen los asitentes.

“Qué pasaría si esa persona muere mientras están aquí. Creen que han hecho lo suficiente para demostrar a esa persona que la aman”, continúa. “Nunca es suficiente. El tiempo es demasiado corto y la vida solo es una. Retiren las vendas de sus ojos y vean hacia la luz, solo a la luz; verán cómo terminará su ser querido”, dice la macabra voz. Al abrir los ojos solo se ven huesos alumbrados por una vela.

La siguiente orden es que todos vuelvan a colocarse las vendas y el recorrido continúa.

Tacto
“Es tu oportunidad de sentir”, dice una voz de mujer mientras toma las manos de cada asistente para colocarla en un recipiente con algo que parecen intestinos. Justo ahí, una de las guías cuenta que en esa zona del cementerio se encontraban las víctimas de muertes violentas.

“Luis Chicaiza era un taxista que un día no volvió a su casa. Meses después se encontró su cuerpo en una quebrada con una sonda en el estómago. Le habían quitado todos los órganos, hasta los ojos. Aquí tenemos algo que le pertenece”.

CAPILLA. Desde la cruz, Agustín Rubio cumple su penitencia en el convento de El Tejar.
CAPILLA. Desde la cruz, Agustín Rubio cumple su penitencia en el convento de El Tejar.

Experiencia
Al finalizar el recorrido, una voz gutural rompe el silencio y luego se escuchan otras voces de seres que quieren tocar a los visitantes y que les invitan a permanecer dentro de un oscuro nicho, “el último lugar de descanso eterno”.

Luego, el silencio congela el ambiente durante 10 minutos y alguien ordena a la gente que se retire las vendas. El paisaje de uno de los primeros cementerios de la ciudad se vuelve claro.

Verónica Rodríguez, de 38 años, cuenta que la experiencia le permitió reflexionar acerca de la muerte y de la importancia de disfrutar el día a día.

Ella no fue la única que termina con una sensación de miedo y reflexión. Daniel Guzmán, de 25 años, también cuenta que disfrutó de la experiencia y la calificó como “algo renovador”.

Otras rutas
° ‘Quito Post Mortem’, colectivo organizador del recorrido, ofrece otro tipo de experiencias. Entre estos destacan también experiencias en el convento de La Basílica y en el expenal García Moreno.