Pasividad social

Mariana Velasco

Vivimos atrapados en una telenovela. Desde que la Fiscal General del Estado lidera la investigación en el caso Sobornos 2012-2016, cuyos indicios vinculan al exmandatario por encabezar una red de sobornos, al receptar dinero de empresas contratistas del Estado para sus campañas electorales, día tras día la opinión pública, entre absorta e incrédula, se empapa de nuevos hechos sobre los imputados.

El capítulo final parece lejano. En Ecuador pocos se atreven a imaginar cuál será el nuevo horizonte tras la lucha anticorrupción. ¿Qué la empresa Odebrecht admitiera haber pagado 800 millones de dólares en sobornos a gobiernos de distintos países, deja un escenario moralmente devastador para el país y para todo el continente. ¿Qué viene después?

Buena parte de los ciudadanos reconocen que la Fiscalía se ha convertido para la ciudadanía en adalid de la justicia. Su labor es la revancha anhelada del pueblo contra los políticos indecentes. Pero también es el blanco de ataques. Tras bambalinas, la pandilla se organiza y hace campaña para lograr que las personas piensen que los malos son los fiscales que investigan. A veces lo consiguen.

El quiebre de la confianza es generalizado porque todos se victimizan. Como ciudadanos, debemos cuestionarnos por qué la acción civil, la protesta, la calle y otras alternativas de cambio, no ocupan el lugar protagónico para minar los cimientos de la corrupción como engreída del poder político y enfermedad crónica de las jóvenes -viejas democracias latinoamericanas.

El otro lado de la corrupción siempre será la pérdida de derechos sociales, la precarización y la miseria de los que menos tienen. Las lecciones que dejan un exvicepresidente, cuatro o cinco exfuncionarios en la cárcel, debería ser la medicina necesaria para convertir la indignación en acción.

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