‘La casa del sin fin’, las penas y alegrías de la vejez

TEMÁTICA. El abandono es la más grande problemática a la que se enfrenta el adulto mayor en el país. (Foto: pexels.com)
TEMÁTICA. El abandono es la más grande problemática a la que se enfrenta el adulto mayor en el país. (Foto: pexels.com)

Por Violeta Jácome Ruiz

‘La casa del sin fin’, novela del autor biblianense Mario Cabrera Ávila, traza los rasgos fundamentales de una sociedad que se concentra en un hogar de ancianos. El lector encuentra hechos cotidianos, reclamos, sugerencias, alegrías y recuerdos de antaño, pero, sobre todo, con aquello que lo que los jóvenes no quieren escuchar.

Cabrera -radicado en Canadá y profesor de Literatura Clásica griega, italiana y española- nos entrega en esta obra un retrato del desamor, la ingratitud y el olvido. Por otra parte, desde sus vivencias los ancianos nos hablan de la dignidad y del deseo de vivir con alegría, cuando pese a las arrugas y achaques son creativos y propositivos.

Historias
Agustín, el personaje que inicia el relato, se sume en sus recuerdos de juventud al volver a su pueblo natal. Su regreso le despierta el deseo inevitable de ver a las personas que le dejaron una enorme huella, entre ellos, don Gregorio, el vecino que se molestaba por el bullicio de los niños, pero a la vez tenía una conducta dulce y bondadosa.

Su búsqueda termina cuando se entera de que sus hijos lo confinaron en un ancianato, después de obligarlo a vender la casa. Al llegar al lugar, ve los rostros serios y gastados, como afirmando desde la seriedad el resentimiento contra los que los han olvidado. Don Gregorio, por su parte, convive con el drama personal de otros ancianos como Martín, con quien entabla una relación cercana al llegar al asilo. En ese no tener que hacer en el transcurso de minutos, horas y días, deciden pedir a la administración que abra una puerta para que entren los vivos y otra para que salgan los que murieron, ya que, aun sabiendo que todos van por el mismo camino, no es conveniente sacar los féretros por la puerta de entrada.

En la pequeña ciudad en que se convierte el ancianato también habita una gitana, que les predice sus finanzas, enfermedades y amor. Ella les da el aliento y la esperanza para lograr ser felices; así, les despierta el verbo ‘amar’ a cambio de unos billetes.

Otro es el caso de Simón, quien al observar el cambio de su cuerpo frente al espejo toma la firme decisión de entablarle un juicio a la vejez, teniendo como testigos a la soledad y los dolores. Su evidencia está en las incontables medicinas y la sombría fealdad. Terminada la audiencia y con la certeza de haber ganado el pleito, decide virar el espejo hacia la pared para nunca más volverlo a usar.

Como él, otros ancianos se enfrentan a la vejez y la acusan de quitarles el derecho de una vida sana, larga, y se ven frente al espejo con enojo, asco y odio, con el deseo de desgarrar su propia imagen. No obstante, se reponen, van al peluquero, comienzan a vestir colores claros y atractivos, a presentarse impecables y con una sonrisa que se aproxima lo más fielmente posible a la que los acompañó en su juventud.

Una realidad incómoda
En el país hay más de un millón de adultos mayores, de los cuales casi la mitad viven en pobreza extrema, más del 40% habitan en el sector rural y solo un mínimo porcentaje accede al Seguro Social Campesino. La Ley del Anciano no tiene cumplimientos reales en toda su extensión. En la atención médica en los hospitales del IESS, como en los Centros de Salud y en los hospitales del Estado, solamente es un enunciado. En la conducta de los jóvenes, en general, no existe una educación social de respeto al anciano.

El tema es importante y abordarlo desde la literatura da una perspectiva distinta. Cada vez hay más ancianos en el planeta y son un bello universo por cuya presencia siempre debemos estar agradecidos. (AA)
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FRASE

…Un retrato del desamor, la ingratitud y el olvido».