De la mata a la olla

POR: Gustavo Andrade

¿Cuál es el origen de los alimentos que consumimos? ¿De dónde proviene el agua que tomamos? ¿Por qué a pesar de tanta contaminación el aire sigue siendo apto para la vida?

Estas son algunas preguntas a las que no siempre damos la importancia que tienen, debido a las facilidades para la obtención de recursos naturales que tenemos el 62,7% de la población ecuatoriana que vivimos en las ciudades, de acuerdo a los datos del Censo de Población y Vivienda realizado en el año 2010.

Esta falta de valoración de los territorios rurales se agrava con el caótico proceso de expansión urbana que no tiene límites, lo que ha llenado de cemento y hormigón plasmado en forma de viviendas, vías y otros equipamientos urbanos hasta los atractivos naturales. En la provincia esta problemática se evidencia al encontrar grotescas infraestructuras que generan contaminación paisajística en el lago San Pablo y en las zonas altas de las faldas del Imbabura, lo que muestra la falta de planificación de las ciudades.

Esta realidad es urgente cambiarla desde una nueva mirada que recobre la importancia de lo rural desde un efectivo ordenamiento territorial, lo que implica la generación de una interrelación de complementariedad e interdependencia entre el campo y la ciudad, lo que se conoce técnicamente como “rurbanización”. Esto implica realizar cambios estructurales que propendan a generar mayor comunicación vial, mejorar la cobertura de los servicios básicos, no entender al desarrollo económico – productivo rural exclusivamente desde lo agropecuario sino dinamizar la economía a través de otros nichos de negocios como la artesanía y el turismo, activación de talentos para el desarrollo rural, realizar intercambios sociales para que las personas que vivimos en la ciudad conozcamos los principios en los cuales se sustenta la forma de vida de quienes habitan en la ruralidad, fomentar las expresiones artísticas y culturales como patrimonio intangible identitario de las ciudades. Estas acciones permitirán hacer del campo y de los poblados rurales sitios aptos y atractivos para vivir con dignidad porque el mundo rural es un pilar fundamental de sustentabilidad, guardián de biodiversidad, paisajes, tradiciones y cultura.