Aprendemos siempre

La ausencia de unidad entre seres humanos y pueblos es una de las peores condiciones para enfrentar problemas comunes. Y lo digo claro, que no es una novedad, es una realidad, que la apreciamos, desechamos, construimos, todos los días de manera inconsciente, intuitiva y hasta con plena voluntad. Los desacuerdos, pleitos, discordias, alejamientos, forman parte de nuestra vida en común y se producen cotidianamente en la convivencia de dos o más personas, bien entendido que nacimos para ser entes sociales y por excepciones especiales, diría yo actualmente imposibles, el humano puede vivir solo, en cavernas, aislado o simulando la novela de Robinson Crusoe, salvo por naufragios, accidentes o imprevistos extraordinarios.

Por ello, la unidad entre nosotros, propios o ajenos, es indispensable, mucho más en la familia. Esta frase tan anunciada y publicitada en todas las esferas, que la unión hace la fuerza, cobra vital vigencia en momentos como los que atravesamos, pues se evidencia que siempre dependemos de alguien, de algo, para conseguir resultados. Nuestra comodidad de ciudadanos, llenos de resentimientos, quejas, emociones negativas, poco o nulos en participación social, nos lleva a la desesperación, a no entender los fenómenos, a dar y darnos varias explicaciones, que nunca resultan suficientes ni verdaderas, endosamos nuestra responsabilidad y con el dedo tachamos las conductas de otros y no las nuestras. Somos portadores de los peores virus: Rencor, envidia, codicia, odio, chisme, amargura, vanidad, etc.

Hagamos un análisis sereno de las cosas, primero al interior de cada uno, en la familia, para contribuir a la tranquilidad de todos y forjar unidad. Por hoy seguimos en casa y confiados, con fe y devoción, en que solo Dios, con su infinito amor, nos salvará de estos males y dilemas.