Octubre y bicentenarios

En su Historia de la Revolución Hispanoamericana, el español realista Mariano Torrente que vivió en aquellas épocas convulsionadas deja en claro que los quiteños del 10 de Agosto de 1809, “fueron los que más pronto se ensayaron en sacudir la dependencia de las autoridades realistas. Celebrando su primera ilegítima reunión en 25 de diciembre de 1808 en el obraje de Chillo, bajo la dirección de Juan Pío Montúfar”. El historiador Bing Nevárez, miembro de la Academia de Historia, reconoce el componente étnico de estas luchas anticoloniales y, como lo hizo hace más de cien años el guayaquileño Camilo Destruge, subraya que la Revolución de los barrios de Quito de 1765 es el antecedente insurreccional previo a ese primer grito independentista. El 5 de Agosto de 1820 se produce la revolución esmeraldeña, cuyo territorio cimarrón siempre acogió a la revolución quiteña conformando batallones conjuntos en pro de la libertad como los que se hicieron con Rosa Zárate, Nicolás de la Peña, los Pontón y otros que pelearon junto a los patriotas esmeraldeños por la libertad. El 5 de Agosto de 1820 demanda su reconocimiento como celebración nacional. El 9 de Octubre de 1820, Guayaquil, que se había mantenido mayoritariamente como una ciudad realista y bastante ligada al Virreinato de Lima, proclama su independencia en escenarios en los que ya se había conformado en toda Hispanoamérica una fuerza multinacional militar para enfrentar al poder colonial más poderoso de la tierra. Todas las celebraciones de los bicentenarios deberían reconocer el proceso, el amor, el valor y la propia vida que dieron los hombres y mujeres de nuestra patria por una sociedad mejor, como ocurrió el 2 de Agosto de 1810. Ese reconocimiento debe transformarse no solo en homenajes o discursos sino en la lucha digna contra la mayor opresión que ahora nos agobia y se llama corrupción. Octubre trae también un recuerdo doloroso porque hace un año, el derecho sagrado a la protesta y a la resistencia, se tornó en un paro tomado por el vandalismo que produjo muertes y destrozó bienes y el patrimonio cultural que nos pertenece como memoria sagrada y colectiva.

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