Bambalinas

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De ‘Las Arenas’…a la ‘Quito’

La plaza de toros ‘Las Arenas de Quito’, grande en la historia taurina de la ciudad, archivo de recuerdos y anécdotas, superó en cantidad y calidad de festejos a la plaza ‘Belmonte’, en sana competencia. La plaza ‘Arenas’ era alegre y bonita, fue muy querida por los quiteños, plaza de solera y cantera de la torería nacional, localizada en la calle Vargas. Por ella pasaron toreros de distinto corte y de todo el mundo taurino.

El día 7 de febrero de 1960 abrió las puertas para dar su última tarde de toros, con el cartel formado por el azteca Jorge Aguilar ‘El Ranchero’, el español Juan Antonio Romero y el ecuatoriano Manolo Cadena Torres, despachando un encierro de Santa María del Pedregal Tambo de Don Arturo Gangotena. Tenía capacidad para 5 mil personas, la inauguró su propietario el comerciante Reinaldo Flores Galindo, el 12 de octubre de 1930.

La plaza casi de inmediato pasó a ser demolida, convirtiéndose en un popular mercadillo de baratijas.

La capacidad impedía traer a las figuras del escalafón taurino siendo menester construir una nueva plaza de mayor aforo. Los quiteños de entonces se contentaban con admirar a los diestros que de “paso por Quito”, podían torear sin elevar los costos.

Así se inicia una campaña, “pro-construcción” de la nueva plaza de toros, liderada por el periodista Rodrigo Darquea M. ‘Asoleado’, con el apoyo de conocidos aficionados y ganaderos. La decisión final la tomó el Dr. Marco Tulio González para que se construyera en los terrenos de la Cámara de Agricultura de la Primera Zona, en Iñaquito. La Compañía Mena-Atlas levanta el coso en seis meses con capacidad para 15 mil almas.

Se inauguró el 5 de marzo de 1960, con el cartel de los españoles: Luis Miguel Dominguín que vestía de blanco y plata; Manolo Segura, de tabaco y oro; y el colombiano Pepe Cáceres, de negro y oro. Los toros fueron de “La Punta” de México y Santa Mónica y San Agustín de Chalupas de Ecuador. La plaza se llenó hasta la bandera.

El primer capotazo lo dio el subalterno Luque Gago, la primera vara la puso Epifanio Rubio ‘El mozo’, el primer par de banderillas colocó Domingo Peinado, todos estos de la cuadrilla de Luis Miguel Dominguín. La primera oreja la cortó Pepe Cáceres. La empresa era de Cayetano Ordóñez.

Durante 46 años se han dado Ferias Taurinas, alcanzando renombre la decembrina Feria de Quito ‘Jesús del Gran Poder’, catalogada como la primera de América.

Las banderolas rojas de Quito

Germán Rodas Chaves*

Los quiteños se han destacado por su activa participación en las complejas vicisitudes de la construcción del Estado Nacional. En este entorno, su población ha construido episodios fundamentales para la existencia misma de la Patria. Uno de ellos se refiere a aquel suscitado el martes 21 de octubre de 1794, respecto del cual es menester decir algunas palabras, para no olvidarlo en el tráfago de los acontecimientos de coyuntura.

En efecto, hace 212 años, Quito despertó con un acontecimiento inusitado: de las cruces de los atrios de Santo Domingo, de La Catedral, de San Francisco y de La Merced colgaban banderas rojas en las que en un lado se leía la inscripción “liberto esto felicitatem et gloriam conssecuto” en tanto en el otro lado de la banderola decía “Salve Cruce”. Tales textos, además, fueron escritos, a manera de pasquines, y colocados en las paredes de muchas de las casas de la ciudad.

La conmoción en Quito fue enorme, habida cuenta que dichos textos habían sido escritos en latín, lo cual provocó el esfuerzo colectivo de averiguar su traducción y, en el caso de las autoridades, como el Presidente de la Real Audiencia de Quito, determinar quienes fueron los autores de tal episodio y quien, particularmente, el ideólogo del acontecimiento que, a no dudarlo, expresaba el presagio de la búsqueda de nuevos días para los quiteños.

La traducción de lo escrito en las banderolas y en los pasquines, correspondió a: SEAMOS LIBRES CONSIGAMOS FELICIDAD Y GLORIA AL AMPARO DE LA CRUZ.

Es de imaginar, una vez conocida la traducción, cuántos apuros y preocupaciones se produjeron en las autoridades de la ciudad, principalmente en el presidente de la Real Audiencia, Luís Antonio Muñoz de Guzmán, habida cuenta que el referido episodio daba muestras inequívocas de la presencia de un movimiento, -o mejor dicho de un pensamiento-, adherente a las tesis libertarias y contrario, por lo tanto, a la presencia de los objetivos de la metrópoli española y de sus intereses expresados en la población española y en muchos de los criollos.

Más aún, las banderolas rojas habían aparecido dos meses después a un hecho similar ocurrido en Santa Fe de Bogotá, lo cual denotaba que el movimiento libertario se expandía en nuestra América en medio de la preocupación constante de la Corona que impartió órdenes expresas para que las autoridades locales castigasen cualquier intento subversivo o sedicioso.

Los acontecimientos de Nueva Granada provocaron las sospechas sobre Antonio Nariño quien en 1789 había fundado una sociedad literaria llamada ‘Arcano de la Filantropía’ cuyos miembros promovieron las ideas libertarias y en cuyo cenáculo, a propósito de su estadía en Santa Fe, Eugenio Espejo tuvo activa participación.

El antecedente referido favoreció la idea para que las autoridades locales pensasen que el autor intelectual de las banderolas rojas en Quito debió ser Eugenio de Santa Cruz y Espejo, a quien habrían de tomarlo preso por esta y otras sospechas el 30 de enero de 1795.

Recuperar en la memoria estos sucesos nos impregna la idea constante de que las causas por la libertad fueron practicadas desde hace tiempo con la misma fe que hoy depositamos para construir la sociedad justa y libertaria que demandan nuestros hijos.

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