Derechas e izquierdas

Carlos Freile

Todos los progresistas de este lado de la Vía Láctea se han rasgado las vestiduras por el avance de la llamada por ellos “extrema derecha” en las últimas elecciones europeas. Es verdad que no podemos aceptar todos los postulados de ningún partido político sin beneficio de inventario, pero esa “ultraderecha” por lo menos tiene un proyecto aceptable: la defensa de la identidad europea frente a las consecuencias de la inmigración ilegal descontrolada. Y descontrolada por voluntad de la izquierda. Las izquierdas no se preocupan por hechos graves sucedidos en varios países y a lo largo de los años. Ejemplos al canto: zonas enteras de ciudades europeas a donde no puede entrar la policía, con letreros sobre la vigencia de la Sharia (la ley islámica) en ellas y no la de las leyes nacionales; aumento exponencial de la criminalidad vinculada con esa inmigración, aunque se trate de ocultar este hecho con suprimir la información del origen de los delincuentes; acoso a los estudiantes cristianos o indiferentes por los musulmanes en las escuelas en que estos son mayoritarios… Podría describir varios casos puntuales en que los inmigrantes se oponen a las formas culturales tradicionales porque hieren sus convicciones, pero exigen respeto y permisividad para las suyas… y los gobiernos de izquierda se lo conceden.

Frente a esta triste realidad es paradójico como no se muestra ninguna preocupación por la deriva hacia el autoritarismo, antesala de los regímenes totalitarios, del gobierno socialista español: sus autoridades violan las leyes, se aprovechan del poder, imponen normas contrarias a la libertad de pensamiento y de opinión… pero eso no preocupa a los paladines de la democracia. En España se impone por ley una sola visión de la Historia, sin espacio para la discusión académica y para las versiones diferentes a la oficial, como en cualquier dictadura totalitaria.

Los atentados contra las libertades ciudadanas deben ser condenados vengan de donde vinieren, sin fijarse en el color político de los transgresores. Ni las simpatías ni las antipatías, personales o políticas, deberían influir en el juicio sereno sobre los excesos de los gobernantes o de los legisladores. Es verdad que detrás de este relativismo esclavo de las propias ideas o conveniencias se esconde toda una filosofía, la del “pensamiento débil” encarnada en el marxismo cultural, con la cual se justifica lo que a cada quien le agrada y se condena lo contrario, sin fundamentar los juicios en valores permanentes y universales; pero este es un asunto para reflexiones más extensas.