El país de los “rompevelocidades”

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Carlos Freile

Un desprevenido ciudadano de este país tan especial maneja su vehículo por una calle cualquiera, por la que ha pasado centenares de veces, cuando, de repente, se encuentra con un nuevo obstáculo impensado: un “rompevelocidades”, llamado por la gente, y lo digo de manera culterana, apegado al barroquismo nacional: “gendarme de cúbito dorsal”; aunque el ingenuo ciudadano maneje con los cinco sentidos puestos en su labor, el encuentro sorpresivo con el pequeño muro al coronar una cuesta o virar en una curva cerrada, provoca si no un golpe sí un susto. Casi no hay semana en que no aparezca uno de estos enemigos de la tranquilidad vial. Pareciera que quienes planifican el tránsito en estos lares se empeñaran en hacer cada día más difícil el llegar al destino deseado por los incautos que manejan vehículos. O tal vez, permítanme pensar mal, esos planificadores tienen pactos ocultos con los mecánicos de automóviles para repartirse las ganancias de los arreglos de latas, motores, llantas…

Lo anterior no se queda ahí: entre nosotros pululan los “rompevelocidades” compulsivos en la política: se niegan por sistema a permitir que el vehículo llamado Ecuador tome velocidad para superar el subdesarrollo y la pobreza, la injusticia y la violencia. Estos “rompevelocidades” se encuentran en todas las instituciones del Estado: fungen de asambleístas para frenar los cambios, lo propio hacen desde la Corte Constitucional o entronizados en los organismos de control, con las tópicas excepciones de siempre. No les interesa que el Ecuador llegue a destino sino que se detenga con cualquier pretexto para ellos medrar como fingidos componedores de desperfectos. Da la impresión de que esos saboteadores gozan con causar daño ya sea con leyes infaustas ya eliminando otras beneficiosas. Si quien guía el vehículo nacional no es de los suyos, o de su protervo agrado, acuden presurosos a ponerle obstáculos, sin importarles el bien de las mayorías. Convertidos por la genética de la ambición en devoradores de hombres y proyectos honestos y esperanzadores, siembran con ceguera su propia destrucción. Y, para mayor desgracia, reciben el aplauso y el voto de las masas embrutecidas por los gases malsanos de la década cancerígena. Su ilusión es ir siempre de retro, o en reversa como dicen los cursis.