Conformarse a no crecer

Daniel Márquez Soares

Los seres humanos somos capaces de acostumbrarnos a cualquier cosa. Nuestro organismo, consciente de que sería demasiado doloroso vivir rumiando eternamente el malestar que una circunstancia le produce, ajusta sus umbrales de percepción. Lo que antes era intolerable se vuelve normal y, así, la vida continúa. Gracias a ello, conseguimos seguir viviendo pese a pérdidas de seres queridos, discapacidades adquiridas, mutilaciones, pérdida de facultades, empobrecimiento y tantas otras desgracias.

Pero esta capacidad también es un arma de doble filo. Esa misma habilidad que nos permite sobreponernos valientemente a los azares del destino también puede hacer que nos acostumbremos a relaciones abusivas, explotación, maltrato, falta de higiene, fealdad, mala salud y demás cuestiones a las que jamás deberíamos acostumbrarnos.

Así, mal hace uno en esperar señales o síntomas internos que indiquen que uno ha llegado al filo de lo intolerable, porque uno bien puede tolerar cualquier cosa. En última instancia lo intolerable no es una sensación, sino una decisión. Una persona o una sociedad debe elegir, conscientemente, a qué cosas jamás aceptará acostumbrarse.

Ecuador se está acostumbrando, paulatinamente, a algo que en otras circunstancias resultaría intolerable: la ausencia de crecimiento económico. Vamos ya una década estancados, algo que resulta inconcebible ante la variedad de tecnología, fuentes de energía y mercados que ofrece el mundo contemporáneo. Las implicaciones de esto son terribles; significa que estamos viviendo en un país que funciona bajo la siniestra lógica previa al siglo XIX: la cantidad de riqueza es fija, así que para que una persona se enriquezca otra tiene que empobrecerse; es normal trabajar toda la vida y no aumentar en absoluto tu patrimonio; más personas significan menos recursos para cada uno, así que hay que deshacerse de gente por medio de la migración y de la violencia (en el mundo antiguo se enviaba a los excedentes de jóvenes como mercenarios, aquí se los entregamos a las bandas).

Todavía estamos a tiempo de enderezar esto, pero si esperamos demasiado terminaremos acostumbrándonos. Y pronto, con una población envejecida, ya ni siquiera tendremos el vigor para cambiarlo.