¡Buenos días, señor Presidente! Le tendieron una trampa

Emilio Palacio

Me imagino que su experiencia con el periodista Jon Lee Anderson, de la revista The New Yorker (El Neoyorquino, en español), le habrá hecho ver la importancia de ciertas normas que todo político debe recordar en su relación con la prensa, y que sus asesores de comunicación, por lo visto, desconocen.

Esas normas son:

Cualquier cosa que usted diga podrá ser publicada al día siguiente, porque en eso consiste la libertad de expresión, en el derecho de la prensa (y de todos los ciudadanos) de contarle al público lo que consideren pertinente.

Como periodista, yo no creo que todo lo que me cuenta un presidente es noticia. Para mí no es noticia lo que opine en privado sobre la inteligencia, la arrogancia, o la sinceridad de otros políticos, a menos que esas opiniones se reflejen en su conducta pública como mandatario.

Pero no todos los periodistas pensamos igual, así que mejor muérdase la lengua cuando conceda una entrevista, porque después no podrá culpar al periodista (y mucho menos demandarlo, como hacen algunos políticos de nuestro medio).

Cuando se reúna con un periodista, tenga en cuenta su trayectoria. La revista The New Yorker es una revista de muchísimo prestigio. Por sus páginas pasaron escritores de la talla de Ernest Hemingway, Truman Capote, Vladimir Nabokov (el autor de Lolita) y Stephen King; y es muy, pero muy difícil que publique una mentira, porque cuenta con un plantel de 16 periodistas dedicados a corroborar lo que escriben sus colaboradores.

Pero aunque The New Yorker sea una publicación muy seria, no oculta sus simpatías políticas (como no lo hace ninguno de los grandes medios norteamericanos). Sus artículos siempre dicen la verdad, pero por lo general, cuando abordan temas políticos, estos giran en torno a la intolerancia de la extrema derecha, a los abusos de las grandes corporaciones, a las barbaridades de la CIA, etc.; de tal manera que si un político de derecha o de centroderecha acepta concederle una entrevista, deberá exagerar la cautela.

Usted es el representante del Estado y por tanto no puede hablar mal de otros presidentes. Si no le caen bien, no lo diga, porque de lo contrario esas opiniones podrían influir negativamente en las relaciones diplomáticas con otros pueblos.

Usted no está obligado a contestar algo que el periodista no le preguntó, así que no se explaye sobre temas que no quiere que trasciendan, y menos aun si se trata de denuncias, en cuyo caso estará obligado a presentar las pruebas.

Hay periodistas que recurren a una trampa muy eficaz (en la que usted por lo visto cayó) para que hacerle soltar la lengua a su entrevistado. Le demuestran empatía, se ríen de sus chistes, y elogian cualquier detalle que puedan elogiar. Así el político cobra confianza y comienza a hablar de más. Personalmente me parece una trampa poco ética, pero cada uno tiene su estilo, y los políticos no pueden exigirle a los periodistas que se comporten como a ellos les gustaría que se comporten.

Si tiene algo importante que decir, dígaselo primero a los periodistas nacionales. De ese modo evitará que los ecuatorianos nos enteremos por la prensa internacional de lo que hace o piensa hacer nuestro presidente.

Conclusión: Mañana mismo despida a sus asesores de comunicación y búsquese otros que sí conozcan de cerca la dura tarea de informar y opinar.  (Y por si acaso, no me lo proponga a mí, porque es un cargo que no se lo aceptaría a ningún presidente)