Reflejo del irrespeto

Fabián Cueva Jiménez  

Los saberes académicos, los conocimientos adquiridos en las aulas, las experiencias cotidianas de vida, sirven para enseñarnos a pensar, si lo logramos, hemos aprendido. Los dos actos son permanentes y en ellos todos estamos inmersos, aunque no en la misma proporción, debido a distintas, desiguales y lamentables situaciones socio-económicas y educativa-culturales.

Dicho de otra manera, la educación formal en las escuelas, la no formal fuera del sistema oficial y la informal en escenarios cotidianos:  barrio, calle, ciudad, trabajo, suman para definir un aprendizaje vivencial claves en lo que hacemos diariamente.

De lo anterior, deducimos entonces las razones de comportamientos distintos, actos que en ocasiones ayudan y en otras obstruyen el normal desenvolvimiento social y personal con actitudes: positivas, negativas, abiertas, cerradas, críticas que demuestran el entender variado en el convivir personal o de grupo.

“Simples” actos como los que se dan en el tráfico o tránsito por las calles o aceras demuestran el nivel de educación-cultura personales y colectivas, donde las acciones básicas y de sentido común desaparecen produciendo desequilibrios cognitivos, afectivos y conductuales que llevan hasta a ignorar normas establecidas. Son hechos repetitivos que lamentablemente dejan muchas pérdidas de vidas o mutilaciones en la salud mental o física de seres humanos.

Situaciones que todos observamos y escuchamos: límites de velocidad vulnerados, distancias entre vehículos irrespetadas, uso indiscriminado del pito, utilización permanente de celulares al manejar, invasión de las zonas cebras, utilización equivocada de carriles, giros violentos en la misma calzada para tomar dirección opuesta, estados de embriaguez, no utilización de luces direccionales o de parqueo; y peor aún, choferes de unidades de transporte público que omiten paradas establecidas, permiten a pasajeros desembarcar por la puerta prohibida, competencias automovilísticas de buses en plena calle, rechazo de embarque para adultos mayores; y, ahora invasión intempestiva de muchos miles de motociclistas. Tantas otras y todos las sabemos.

Los resultados reiteramos, sin cifras, aunque las tenemos, muchos siniestros con muertos y heridos, dicen la falta o ausencia de educación vial o la mala administración de la misma.

Al respecto, acertadamente un representante de Automóvil Club del Ecuador (ANETA) nos dijo: “Los padres enseñamos muchas cosas a los niños: comer, utilizar el baño de forma adecuada, corregir la pronunciación de las palabras, mantener su equilibrio al caminar, pero no a moverse con seguridad, casi nunca a respetar el usuario vial, lo que nos hace pensar que el niño o el adolescente, futuros peatones, pasajeros y conductores no han aprendido porque no los han enseñado, no es un problema de conocimientos, es de hábitos y conductas”.

Concluimos entonces, en lo educativo no se aplican debidamente los programas o son teóricos y nada prácticos, los maestros no emplean teorías de aprendizaje propias: conductismo, cognitiva social (relación hombre ambiente) y aparte, no se aprovecha debidamente la ayuda de agencias de cooperación internacional, como tampoco se obliga en los contratos a levantar numerosos parques viales a empresas privadas (concesionarios de vehículos y constructores de vías). Adicionalmente, falta la intervención permanente de los medios de comunicación.

Cuando en el país abunda el irrespeto en todas sus espacios y formas, apliquemos el único instrumento que detiene esos reflejos de inestabilidad emocional diaria: más educación.