Dejarlo ir antes de que te dejen ir

Lorena Ballesteros

Hace más de una década, en mis años de periodista deportiva, Juan Carlos Oblitas, el entonces director técnico de la Liga Deportiva Universitaria, en una entrevista me dijo: “hay que dejar el fútbol antes de que el fútbol te deje a ti”. Él hacía referencia a que supo retirarse de ser jugador a tiempo; luego de que dio ese paso se dedicó a formarse para posteriormente convertirse en estratega.

Su frase nunca ha dejado de resonarme. Porque dar un paso al costado no es tarea sencilla. El ego, la ambición, la obstinación suelen interferir en las decisiones trascendentales de las personas. Pienso en los futbolistas y en las condiciones en las que deben dejar sus carreras cuando aún son muy jóvenes, pero el físico ya no es el apropiado para la exigencia del deporte. Lo importante es hacerlo con dignidad, cuando se está en la cúspide, para evitar una caída estrepitosa. En los últimos meses hemos visto como Cristiano Ronaldo y el propio Messi han dado pequeños pasos hacia el ocaso para que cuando sea la salida definitiva, sea por la puerta grande.

Eso de dejar ir, de soltar, antes de que nos suelten a nosotros se aplica también en la política. Por eso, la frase de Oblitas me hizo absoluto sentido después del debate presidencial estadounidense de la semana pasada. ¿Por qué Joe Biden no deja la política antes de que la política lo abandone a él? Es evidente que a sus 81 años no tiene las facultades para dirigir el país más influyente del mundo, menos reelegirse para presidirlo durante los próximos cuatro años. Y, ¡ojo! Que no creo que sea un tema exclusivamente de su edad, es que a su edad ya está manifestando síntomas de cansancio extremo, e incluso me atrevería decir que, podría tratarse de un caso de demencia senil o lagunas mentales. Algo más hay ahí.

Sin embargo, parece ser que Biden está aferrado a presentarse a las próximas presidenciales, a menos que el Partido Demócrata tome las riendas y postule a otro candidato. De no retirarse, Biden le estaría entregando el triunfo a Donald Trump en bandeja de plata. Porque, ahora mismo, la intención de voto de sus propios simpatizantes está en duda. Lo que impera entre los demócratas es el pánico. Un pánico que ha estado latente desde hace tiempo pero que nadie se atrevía a verbalizar. En Estados Unidos hay mucho respeto por el presidente en funciones y hubiese sido calamitosa una campaña de desprestigio, pero en este punto trascendental de la historia del país  y del mundo, es inevitable que el cuestionamiento trascienda fronteras. Ojalá que el Partido Demócrata le ofrezca una salida digna a su presidente y candidato.