Terminar y comenzar

Lorena Ballesteros

La maternidad se construye de comienzos y finales. Es un tejido de primeras y últimas experiencias. La primera vez que se enferma. La primera vez que dice “mamá”. La primera vez que camina sin tropezarse. El primer día del kínder. La primera pelea con una amiga. La primera mala calificación. El primer coro navideño. El primer partido ganado. El primer gol anotado. El primer peinado en una peluquería. El primer vestido formal…

Y también están los finales. El último biberón, el último pañal, la última despertada a la madrugada. El último día del preescolar. La última vez que te pidió que le leyeras un cuento. La última vez que le pusiste el pijama. La última vez que ataste sus cordones. La última vez que jugó con sus muñecas. La última vez que le preparaste una lonchera. El último día de la primaria…

Mientras escribo estas líneas mi hija ha culminado esa primera etapa de su escolarización. Y con el término de la primaria me preparo para decirle adiós a su infancia y abrazar el comienzo de una larga adolescencia. Aunque aún no ha llegado a los 13 años, sus cambios físicos y emocionales se precipitan y en este último período escolar yo misma he experimentado un sube y baja de emociones.

La miro y los pantalones del uniforme apenas cubren sus pantorrillas. Es como si creciera un par de centímetros de la noche a la mañana. La frase “estos zapatos ya no me quedan” se han repetido cada tres meses en el último año. Las camisetas con estampados infantiles ya emprendieron su marcha fuera del ropero. Su voz ya suena distinta. Sus ideas son más maduras. Sus palabras más reflexivas. Y en ocasiones, ¡absolutamente irracionales!

Hay días en que sigo siendo su persona favorita. Los besos y las palabras de cariño me caen a borbotones. Cuando eso ocurre procuro aferrarme como un árbol frente a un huracán. Cuando cruza el portal alegre y con ganas de escupir como ametralladora todos los pormenores de su día, me deleito como con mi caramelo favorito. En esos días en que canta, baila y sonríe quiero acurrucarme para siempre.

Pero hay otros momentos en que sus ojos se pierden en un mar de pensamientos profundos. Intento pescar algo, pero solo consigo palabras a trompicones. Ahí no presiono. No insisto. Dejo que se aclaren las nubes y espero a que regrese el sol. A veces regresa con tanta intensidad que debo ponerme bloqueador solar, porque debo protegerme. En otras, llueve tanto que hace falta una sombrilla gigante para cubrirnos las dos. Porque la adolescencia es un transitar por cuatro estaciones en una misma semana, incluso en un mismo día.

Ahora que termina la primaria me preparo con cautela para lo que será la secundaria. Me lleno de paciencia. Respiro. Aguanto. Contengo. Porque la maternidad es un tejido de inicios y de finales que se impregna en la memoria con caricias, besos, lágrimas y muchas sonrisas.