La industria editorial

Pablo Escandón Montenegro

Acabamos de pasar la Feria del Libro de Quito, con impugnaciones, reclamos, éxitos, cierre y expulsión de expositores y cancelaciones a participantes; de todo hubo en esta actividad que muestra errores antes y durante de su ejecución, con lo cual nos indica que no hay experiencia ni aprendizaje de las ferias anteriores.

Ante procesos que siempre tienen que mejorar ya llevamos años y esto es muestra del desarrollo de la actividad editorial en el país: pequeñas y medianas empresas, tipo cooperativas o emprendimientos fugaces que no logran construir industria cultural.

El oficio del librero está muy bien enraizado en Quito y Guayaquil, por ejemplo, con empresas distribuidoras que han mejorado muchísimo, gracias a una buena tradición de fomentar eso, el oficio, que no es más que ser un buen guía para el lector inicial o para quien ya tiene experiencia y busca nuevas sensaciones, con lecturas renovadoras para cada uno.

Pero en el ámbito editorial, como ejercicio de práctica permanente de evaluar un manuscrito y ver la posibilidad de publicación y relativo éxito editorial, no tenemos una tradición, pues editores hemos sido escritores, docentes, estudiantes, con mayor o menor conocimiento del lenguaje, de la maquetación, de la impresión, pero en ningún caso, hemos sido “consejeros” y “asesores” de los escritores.

Y es que se confunde la labor del editor con la del publicador o “publisher”, pues muchos dueños de franquicias mediáticas han incursionado en la publicación de libros de ficción y no ficción, con el único mérito de tener un segmento cautivo y de conocer el mercado de su revista.

El editor o editora es quien comprende cómo funcionará un texto en un contexto de lectores, de flujos de información y de intercambios mediáticos, pero inicialmente, sabe cómo debe funcionar ese manuscrito de manera interna, sin afectos a un solo género, pues me he encontrado con quienes funge de editores que quieren cambiar toda la construcción de lo escrito porque así lo habría escrito él o ella.

La vida de un texto debe ser entendida y no impuesta, por ello, el editor debe comprender cómo fluye la escritura y cómo puede mejorarse, pero con ideas que consoliden al autor y no que le digan que no es tan inteligente como quien le edita.

Es necesario que en el país exista una escuela de editores, no solo formalmente desde una institución educativa, sino que sea una actividad de intercambio permanente de experiencias, de innovación y de relaciones, no de competencia por quitarse compradores.

Un editor o editora aconseja para que el texto se enriquezca y con esos consejos el autor o autora crece con su propuesta, con su estilo, se alimenta de perspectivas diferentes que no son las de sus acólitos o sus admiradores, sino que controla el impulso y se deja guiar pues el talento se cultiva también y para ello es necesario tener alguien que lo encauce.

La industria editorial del Ecuador carece del oficio editorial en ese sentido, pues muchos editores o publicadores solo fomentan la vanidad de quien quiere ser escritor, y no son como aquel entrenador de fútbol, que en su momento le dice al aspirante a jugador que mejor se dedique al ajedrez. Eso es honestidad brutal que sirve y crea escuela.