Un gulag en la Antártida

Pablo Granja

GULAG son las siglas de la “Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional”, traducidas del ruso al español, entidad encargada de administrar el complejo de prisiones y campos de trabajo forzado construidos en 1919 por la temida y siniestra KGB, policía secreta de la URSS, en las gélidas estepas siberianas a donde eran enviados los disidentes y los enemigos de la Revolución. A la muerte de Lenin en 1924, su sucesor I. Stalin, multiplica estos macabros albergues en donde los reos eran utilizados como esclavos al servicio de la industrialización diseñada por uno de los más grandes genocidas de la Historia. La paranoia de Stalin diseñó el plan denominado la Gran Purga, destinado a eliminar a todo militar de alto rango que no le inspiraban confianza, purgar el partido, eliminar a sus enemigos y mantener aterrorizada a la población. El sucesor del tirano, N. Jruschov, inició un proceso de amnistías y cierre paulatino de los gulags, que finalmente fueron clausurados en 1987 por Mijaíl Gorbachov. En 1973, Aleksandr Solzhenitsyn publicó el libro “Archipiélago Gulag”, en el que narra las condiciones infrahumanas a las que eran sometidos los presos, que incluía la mala alimentación, falta de higiene, deplorable atención médica, frío implacable, palizas continuas, violaciones de los guardias, agotamiento por las 14 horas de trabajos forzados y fusilamientos, por los que atravesaron unos 50 millones de soviéticos.

El presidente Noboa, en una desacertada entrevista con el periodista Jon Lee Anderson de la revista The New Yorker, declaró que no descarta la construcción de una prisión en la Antártida. Esta declaración merece algunos comentarios, empezando por señalar que este continente no pertenece a ningún Estado, aunque en el año 1959, 54 países suscribieron el Sistema del Tratado Antártico, al que nuestro país se adhirió en 1991. Por este tratado, los países asumen la jurisdicción mas no la soberanía, con la condición de que sea destinado para fines pacíficos y científicos, prohibiendo “toda medida de carácter militar, tal como el establecimiento de bases y fortificaciones militares, la realización de maniobras militares, así como los ensayos de toda clase de armas”. Cualquier modificación de las reglas debe contar con la aprobación unánime de todos. Y aunque no se mencione expresamente nada acerca de la construcción de recintos carcelarios, se entiende que este uso se aparta del espíritu del tratado.

Adicionalmente, hay otras consideraciones en que se debería reflexionar, tales como la compleja logística que se requeriría implementar para suministrar todas las vituallas y alimentos, elevando exponencialmente los costos. A esto hay que agregar las condiciones sanitarias y de salubridad que también requerirían de operativos e instalaciones especiales. No menos importante es el aspecto humano de carceleros y encarcelados, al tener que habitar en uno de los lugares más inhóspitos del planeta. Muchos de los afectados y víctimas de crímenes execrables posiblemente se inclinarían por su aprobación, pero como sociedad no debemos descender en nuestros valores para ubicarnos al mismo nivel de crueldad de los delincuentes. Imaginémonos cómo serían las visitas. ¿Serían suprimidas? En caso de que no, ¿cada cuánto tiempo serían, en dónde se alojarían y alimentarían? Por otra parte, ¿es posible imaginar la degradación humana, la desesperación y la angustia al sentirse aislados de todo y cerca de nada?

Hay otro aspecto que no se puede soslayar, y es el peligro de convertirlo en herramienta de represión política. Hace poco el hijo de la vicepresidente fue confinado en la Roca – destinada a los reos de alta peligrosidad – por un supuesto tráfico de influencias. Aun si fuese culpable, la naturaleza de este delito ¿le hacía merecedor de este trato? Este comentario no responde a ninguna simpatía o defensa ni de la madre ni del hijo, sino que sirve para graficar el riesgo acerca del uso perverso que podría darle algún tirano inescrupuloso. No, señor presidente, desde ningún punto de vista es bueno construir un gulag en la Antártida.