La entrevista para The New Yorker

Ugo Stornaiolo

“Una entrevista es un pacto comunicativo: una necesidad mutua que tienen ambas partes para obtener/transmitir información”, decía Armand Balsebre, periodista español. Es la base de un buen periodista y depende del entrevistador para obtener datos mediante preguntas. Requiere habilidad y preparación. No es una conversación normal, aunque parezca. Refleja un diálogo, que nunca es solo la suma de preguntas y respuestas, sino algo más complejo: afirmaciones, negaciones, titubeos, silencios, gestos…

Oriana Fallaci en su obra “Entrevista con la Historia” señalaba que el objetivo de este género periodístico es lograr que el entrevistado diga más de lo que quiere y que el periodista se vaya con la sensación de haberlo dado todo.

Las fuentes no son amigos. Buscan al periodista para obtener la publicación de algo que les interesa. Muchas veces los personajes de la política tratan a los periodistas como aliados. Si Noboa quería mejorar su imagen con Jon Lee Anderson, se equivocó. Aunque a The New Yorker se lo puede catalogar como uno de los medios más representativos de la “new left” (nueva izquierda estadounidense) es todo, menos un medio servil.

Noboa olvidó que los periodistas, por ética, no deben divulgar conversaciones “off the record” (no grabadas), pero pueden usarlas como insumo para su trabajo. Lo sabía la Fallaci y lo sabe Anderson. Noboa quedó como un novato que invitó a un periodista a seguirlo y se olvidó que ese periodista es, ante todo, periodista, por más agasajos que reciba.

Anderson logró el sueño del periodista: que el entrevistado esté cómodo, diga todo y olvide la grabadora. Inusual que un presidente en funciones califique poco dignamente a sus colegas. Su admiración por Lula, el calificativo de izquierdista snob a Petro, la fortuna de la familia Bukele en El Salvador o la arrogancia de Javier Milei.

Algunos recordaron Wikileaks: correos secretos de la Secretaría de Estado de EE. UU. alertando sobre problemas mentales de Cristina Fernández, la supuesta enfermedad de Evo Morales o la obsesión enfermiza por jovencitas de Berlusconi. Julián Assange estuvo preso por esto, pero llegó a un acuerdo con EE. UU. para quedar libre.

Decir desatinadamente, como lo hace la errática secretaria de comunicación, que lo que dijo Noboa fue “sacado de contexto” es quitar al periodista el mérito porque, aunque fue una conversación “off the record”, mostró la inexperiencia de un joven acostumbrado a hablar demás. Pero de ahí a que la Asamblea lo quiera declarar “loco”, hay un abismo.