Del pasquín a las redes estelares

Alan Cathey Dávalos |[email protected]
Las masivas teleaudiencias y asistencias que rodean a los espectáculos mediáticos que se dan en los mundos artísticos y deportivos, le  dan indudable razón al laureado Mario Vargas Llosa, en  “La civilización del espectáculo”.

En esta recopilación de artículos, conjunta la noción de un mundo orientado esencialmente al entretenimiento y a sus actores, que se transforman en referentes y modelos a seguir, por una sociedad que cada día se simplifica y banaliza más, perdiendo en el camino todo el sentido de la estética y cayendo en el ridículo de la estridencia, la vulgaridad y el sinsentido que se han vuelto la marca de fábrica de unas generaciones cada vez más alejadas del libro, de la profundización y de la reflexión.

Explotar la idolatría
Aprovechando de la idolatría que despiertan, su presencia en los medios y su exposición a un público que, como, en todas las idolatrías, termina en la irracionalidad, se vuelven una suerte de oráculos del absurdo, con pretensiones de ir, desde sus imaginarios y hasta oníricos reinos a las ásperas, crudas y duras realidades que componen el mundo, el verdadero, en el que viven el 99,99% de las personas, recetando soluciones o expresando criterios carentes de sustento intelectual alguno.

De zapatillas a legisladores
Quién sabe si el hecho de estar a diario recomendado cual bebida tomar o qué zapatos ponerse, causa en estos iconos populares algún desorden, que pueda conducir a que recomienden a un político, líder religioso o actor económico, y lo apoyen en sus particulares concepciones.

Lo primero, que se tomen el refresco A o B, o que utilicen las zapatillas Y o Z, es, al fin y al cabo, un asunto personal, que solo afecta al individuo que las compra. Lo segundo es algo distinto, mucho más significativo, pues puede afectar a toda una sociedad.

La utilización de personajes del deporte o la farándula, es una herramienta más, dirigida a la simplificación social, causa fundamental del populismo, hacia el que, lamentablemente, la democracia está derivando en buena parte del mundo.  Esa línea de simplificación se ha manifestado ya en las redes sociales, el reemplazo de los espacios de discusión y reflexión que antes se producían en una prensa escrita, exigente en la fundamentación del argumento, que por la propia naturaleza del medio, necesitaba de unos intérpretes preparados en lo académico y cultural, algo que ha sido desterrado de un debate político reducido a slogans básicos, de aquellos que Hitler recomendaba como los más efectivos en “Mi Lucha”, recomendación seguida al pie de la letra por su intérprete más capaz, Joseph Goebbels.  Los influencers son hoy los operadores de la simplificación, y cualquier referencia a la razón, ha quedado relegada para el recuerdo. 

Oráculos modernos
Hemos visto en el país la utilización política de futbolistas, atletas, artistas y personajes de la televisión, presentadores de programas de dudoso gusto, actores, en fin, cualquier cosa menos personas con preparación. Estamos ante el paraíso del improvisado, del desconocido, el “outsider”, sin antecedentes que permitan conocer de quien se trata y a que viene. En este “Brave New World”, que se ha traducido como Un Mundo Feliz, en el que estamos hoy inmersos, el universo que se ha construido alrededor de lo informático, es cada día más bizarro, más estrambótico y ajeno a la realidad. Quienes lo manipulan, han logrado esa transacción, entrevista ya por el gran Thomas Mann, en su Fausto, que vende su alma al maligno. Esa transacción parece ser hoy multitudinaria y cotidiana, en aquella universal ceremonia de consulta permanente al móvil, esa prótesis que se ha convertido en el nuevo oráculo, ambivalente y equívoco en sus respuestas. Estremece la relectura del Aleph borgeano, que intuye ya ese punto en el que se encuentra completo el Universo.

El camino a la libertad
1454 marca en realidad el momento auténtico del paso de la Edad Media a la Modernidad, y no 1453, el año de la caída de Constantinopla, la venerable capital del Imperio Bizantino, a manos de los turcos otomanos, algo más de 1000 años después de la caída de Roma, en lo que podemos llamar, parafraseando a García Márquez, la Crónica de una muerte anunciada, pues ese era el esperado destino de la ciudad, desde mucho tiempo antes.  El siguiente año, se produce en Alemania uno de esos eventos decisivos en la historia, la invención de la imprenta por Gutenberg, y la primera impresión de un libro, la famosa Biblia de Gutenberg.

De pronto, el mundo del libro, que había sido el coto cerrado de curas y de uno que otro noble interesado en temas de cultura, pues el costo para copiar a mano e iluminar los libros, era altísimo, poniéndolos fuera del alcance de una población que, por esa misma razón, era analfabeta en casi su totalidad. La imprenta se convierte en pionera de la revolución industrial que se convertirá en el motor del ascenso mundial del poderío europeo.

Heredera del Renacimiento
La revolución industrial es la heredera de ese extraordinario acontecimiento transformador de la mentalidad y cosmovisión europea, que es el Renacimiento, el retorno del continente al pensamiento racional, dentro del que unos grandes genios, Copérnico, Kepler, y sobre todo, Galileo, demuestran sus conceptos y convencen a sus contemporáneos, de otra visión, la científica, de una realidad que por milenio y medio había permanecido oculta en las nieblas del pensamiento mágico.

Herramienta aceleradora
La imprenta es la herramienta que acelera en Europa la difusión del conocimiento y alienta la libertad y el tránsito de las ideas, siendo el medio que retroalimenta esa explosión de las ideas, culturales, científicas, filosóficas, que se extienden por Europa, incontenibles ya por los antiguos dueños y custodios del saber y de los libros, las iglesias. Pronto, ya no sólo se imprimirán libros, sino informaciones de actualidad y noticias. Ya el siglo XVI verá el surgimiento de escritos sensacionalistas de diversa naturaleza, lo que hoy denominamos de farándula y de la Corte, tema que parece mantenerse indefinidamente en el ranking de los públicos. Desde el principio del siglo XVII, aparecen ya gacetas, periódicos y escritos de información más o menos regulares, donde se cuenta de todo, a veces con exageración y mala fe, caricaturizando a personajes que se destacan en sus sociedades. Ante los riesgos para el buen nombre que se manifiestan en la publicación de esas ofensas, se promulgan leyes para establecer la responsabilidad de quienes hacen uso de esas nuevas libertades, estableciéndose la obligación del autor del escrito, de acompañarlo con su nombre.

Este paso, que parecería augurar persecuciones y mordazas, en los Estados donde arraigaría la Ilustración, se vuelve la mejor garantía para ejercer la novedosa profesión del periodismo y del uso de las libertades de información y de opinión, que condujeron a una prensa creíble y cada vez más seria en sus investigaciones, pues sabía que cualquier acusación debía ser sólidamente sustentada, y cualquier opinión debía mantenerse alejada de la calumnia y el descrédito injustificado.

Calumnias anónimas
Ciertamente, estas sanas prácticas formales, no pudieron evitar las acciones de los insultadores anónimos, que hallarían en el pasquín y en los libelos, la manera de difamar impunemente.

Era común la insultante hoja volante, y a falta de esta, las paredes donde se pintaban, como hasta hoy, todo género de insultos e injurias. No en vano la lapidaria sentencia que declaraba que “la pared y la muralla es el papel de la canalla”, se acuña condenando el anonimato. Ante estas realidades todas las sociedades medias civilizadas expidieron desde hace dos siglos lo que se llamó las “leyes de imprenta”, que básicamente se requería que no podían imprimirse ninguna publicación que no lleve en su texto el nombre de la imprenta que realizó el trabajo y casi en todas, conjuntamente con el nombre de autor o autores.  No hacerlo suponía la existencia de un delito penado con prisión y que la legislación contemporánea no varió estas obligaciones, pero respetando las libertades personales, contemplan penas pecuniarias o las llamadas indemnización civiles por el daño que haya causado una infamia, una injuria o imputar una falsa calidad o la imputación de un delito a un inocente. Nada de esto se opone al principio básico de la libertad de expresión. Como el mundo da vueltas, nos encontramos hoy ante un nuevo anonimato, unos medios electrónicos que, sin un soporte tecnológico abrumador, exclusivo prácticamente de los Estados, vuelven, si así lo quiere el usuario, totalmente anónimo todo lo que quiera decir.

Esta situación retrotrae al mundo a esa primaria etapa de la imprenta, al dotar a los mentirosos contumaces, falsarios, resentidos y amargados, la posibilidad de dar rienda suelta a sus pasiones, sin temor a las consecuencias legales que conlleva la injuria.

Indispensable asumir todas nuestras responsabilidades

Cada vez se hace más evidente la necesidad de establecer unas reglas básicas de uso de los actuales medios, particularmente de las redes sociales, tal como se lo hizo hace 300 años, estableciendo la obligación de que los escritos, debían ser presentados con nombre y apellido. Esta decisión ha sido ya impulsada en la UE, en un esfuerzo por desmontar algo que se ha vuelto un grave tóxico mental, que distorsiona severamente la percepción de la realidad. 

Adicionalmente, para el estado autoritario, la opacidad en las redes, es una oportunidad perfecta para interferir con su propaganda y desinformación, para minar las instituciones democráticas. Ya aconteció en las elecciones presidenciales en las que ganó Trump, un declarado amigo de Putin, y también en Cataluña, por el tema separatista.

Responsabilidad de las plataformas
El papel de las plataformas que acogen a las redes sociales, es fundamental para devolver algún nivel de credibilidad y control a estos espacios, y su responsabilidad indiscutible es crear unos marcos que identifiquen a quienes se expresan a través de las redes. Conceptualmente no existe diferencia entre una imprenta, un medio escrito, con la utilización de las redes porque cumplen la misma función.  Con todas sus capacidades tecnológicas, no es particularmente difícil exigir identificación, o excluir automáticamente a quienes no cumplan con ese básico requisito. Sanear ese espacio de la toxicidad que lo ahoga, es tarea de quienes se han beneficiado de una forma multimillonaria de sus plataformas.  Hacerlo, es indispensable para mantener el entorno democrático, que fue el que, en primer término, permitió el desarrollo y la expansión de esas tecnologías, que llegaron con la promesa de democratizar la información para todo el mundo.  Viendo las restricciones y las nuevas murallas levantadas por los gobiernos autoritarios para aislar y encerrar las mentes de sus pueblos, esa promesa luce hoy vacía, pues el resultado ha sido debilitar en gran manera, no a los autoritarios, sino al mundo democrático, abierto por naturaleza. La obligatoriedad del registro de usuarios en las plataformas está relacionada directamente con la mediocridad o no de las autoridades que tienen la obligación y la capacidad para hacerlo. Afirmar que una plataforma no puede ser regulada por que su emisión, sus servidores o sus mecanismos de difusión están fuera del control de un estado en su espacio geográfico, es una falacia que supone que aceptemos ser tan ignorantes como aquellos que nos tienen desprotegidos.

Terror electoral
Las próximas elecciones legislativas que han sido anticipadas por el presidente Macrón, en Francia, luego de la grave derrota del partido de gobierno en las elecciones parlamentarias europeas, ha originado frenéticos acomodos en todo el espectro, del centro derecha hasta la extrema izquierda, ante el ascenso de la derecha dura del Agrupamiento Nacional, el partido de Marie Le Pen, claro vencedor en la mencionada elección.

En este frenesí, varios miembros de las élites deportivas, desde el ya jugador del Real Madrid, Mbappe, hasta el retirado tenista Yannick Noah, pasando por otras figuras del futbol y otros deportes y del espectáculo, se han expresado públicamente, preocupados ante el crecimiento del partido de la Sra.  Le Pen, que según ellos, amenaza a su visión sobre Francia. No se sabe muy bien si la amenaza la sienten sobre su privilegiada condición, social y económica, pues como es de conocimiento general, su situación no es,  en forma alguna, la de los estamentos menos favorecidos de la sociedad francesa, léase la  del proletariado industrial, o de los migrantes no asimilados por la sociedad francesa, sea a causa de un rechazo de esta, o porque nunca estos han deseado integrarse, por la razón que sea, religiosa, identitaria, o por una asaz cómoda aceptación de los beneficios, que les permiten un buen pasar, sin trabajar en nada.

Incómodos compañeros de cama
Como es la izquierda del espectro la que por lo general apoya a los migrantes, hoy resulta que, en un extraño maridaje, encontramos a muchos deportistas multimillonarios, que se alinean con un proletariado que, en teoría, se encontraría al otro extremo de quienes hoy se manifiestan como sus correligionarios.

Por más distancias que se pueda mantener con la Sra. Le Pen, su recriminación a Mbappe, al que reconoce sus habilidades futbolísticas, pero destaca, con razón, su impreparación en temas políticos, es totalmente válida.

Un mundo mágico
El Sr. Mbappe cobrará, por su traspaso al Real Madrid, una prima de 150 millones de dólares, más un ingreso neto anual de unos 60 millones, lo que le permitiría, dentro de 5 años, cuando cumpla 30, retirarse con unos 450 millones de dólares, sin contar con lo que ya ganó en en el París St. Germaine durante los 7 años de su paso por este equipo, a razón de $72 millones por año, o sea 500 millones adicionales, más unos 30 millones  extras netos, por temporada, en contratos publicitarios, unos 210 millones hasta hoy, que a su retiro en 5 años, le aportarían otros 150 millones. Para cuando cumpla 30 años, sus ingresos habrán sumado la friolera de unos 1300 millones, suficientes seguramente para una confortable vida, cobrando un muy módico interés del 3% anual, que le daría una anualidad de $ 36 millones, o de 3 millones al mes.

Como es fácilmente comprensible, para cualquier persona se hará difícil comprender cualquier sintonía, de Mbappe o de cualquier otra de similar condición, con ese indefinido proletariado con el que se dice identificar. Es el mismo caso de quienes, habiendo nacido en la opulencia, porque sus ancestros habían alcanzado la riqueza, pueden proclamarse de “izquierda”, con cercanías a unos líderes sociales y políticos de tales tendencias. Debe resultar muy cómodo, con un chequera de 10 dígitos, exhibir conciencia social y empatía.

Sería mucho más conmovedor que tan nobles expresiones, se prediquen con el ejemplo y se manifestaran en la reducción de un par de dígitos en sus cuentas, que se destinaran a programas de educación de alta calidad para esos migrantes o con los menos favorecidos, con los que se identifican. Sería harto más creíble esa noble vocación, si no fueran tan frecuentes los juicios por evasión fiscal de estrellas deportivas, como Neymar, Falcao o Messi, o artísticas, como Shakira o Nicolas Cage. Ciertamente, dejan bastante en duda las vocaciones sociales de unos actores de lo más cercanos al perverso capitalismo y a su desmedida afición por la riqueza.

Alan Cathey Dávalos
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