Derecho al paisaje “good design is good business”

Plaza Indoamérica y Residencia Estudiantil UCE, postal1975. Fuente: Hugo Rosero.

Andrés Núñez Nikitin | Panorama Global

En la Parte I “Contexto” de esta serie (febrero 2024) hice un acercamiento a ciertas lógicas de configuración de las ciudades desde la correspondencia de la forma urbana con la geología y la ubicación geográfica y estratégica del lugar.

Este acercamiento me parece cardinal para establecer parámetros que permitan introducir un marco plausible en la discusión vigente del derecho a la ciudad y en particular al paisaje. Ante los violentos cambios morfológicos que afectan a nuestra ciudad, esta segunda entrega se centra en el caso de Quito, tomando como ejemplo aciertos arquitectónico-paisajísticos del pasado reciente que espero inviten a la reflexión y a la discusión.

Si el reconocimiento y asimilación del contexto natural son determinantes para el desarrollo de ciudades capaces de generar bienestar a sus habitantes, entonces se vuelve vital no solo generar arquitecturas consonantes con su contexto, sino también que estas arquitecturas sean protegidas y tomadas como referente.  El credo “good design is good business”, formulado en 1973 por Thomas Watson Jr., primer Director Ejecutivo de IBM, refleja el valor que esa corporación otorga a la calidad e integralidad del diseño.

Paul Rand, creador del célebre logo de IBM, forjó su fama como convincente expositor ante sus clientes corporativos del poder del diseño como herramienta efectiva para generar cambios. Desde su gráfica, equipos y software, hasta sus edificios, esta convicción llevó a IBM a ser identificada con algunos de los mejores ejemplos de diseño industrial, arquitectura, arte público y paisajismo del siglo XX.

En Quito, la introvertida arquitectura republicana de nuestro Centro Histórico ocupaba la totalidad perimetral del predio, mientras el espacio libre se desarrollaba hacia un patio central. En la segunda mitad de siglo –cuando la ciudad se extiende hacia los horizontes– los retiros, la ciudad y el paisaje pasan a formar parte esencial del objeto arquitectónico.

Esta es la inversión espacial de aquella modernidad. Destaco aquí cuatro edificios de Quito que pueden ser tomados como ejemplos de un profundo entendimiento por parte de sus promotores y arquitectos de la esencia del lugar y de su momento en la historia.

Mientras Watson empezaba en 1957 a dirigir IBM, en las laderas del Pichincha se levantaba la Residencia Estudiantil de la Universidad Central, diseñada por Mario Arias y Gilberto Gatto como parte del ensamble arquitectónico-urbano construido para la XI Conferencia Interamericana. Este edificio curvilíneo y horizontal dialoga con las laderas sobre las cuales se asienta y refleja la decisión cívica de ubicar a los estudiantes en la cumbre del campus de la universidad pública por excelencia.

La solicitud de nominarla al Premio Al Ornato llegó al escritorio del Alcalde Andrade Marín una hora tarde al plazo de inscripción, eliminando la posibilidad de otorgarle el preciado galardón. Ímpetus políticos y negligencia han dejado huella en este edificio, pero su esencia se mantiene.

Acerca del paisajismo del Hotel Quito y de lo acertado del ensamblaje de su arquitectura con ese lugar trascendental se ha hablado con creces durante los últimos tres años. Más allá del diseño, lo más notable de este proyecto nacional levantado con fondos del Seguro Social resulta ser, como demuestran recientes investigaciones históricas, la formidable gestión público-privada gracias a la cual se logró conformar el territorio que hoy comprende el complejo.

Este acuerdo es un hecho tan excepcional en nuestra historia, que en sí mismo bastaría para fundamentar la declaratoria patrimonial de estos predios como homenaje al consenso por el interés público. A este Premio Al Ornato 1961 y Patrimonio Cultural Nacional le han hecho mella los últimos siete años de desidia corporativa privada, pero ha sido salvado hace pocos días gracias a la investigación histórica, a un reconocimiento ciudadano multitudinario y a la institucionalidad estatal reflejada en un Acuerdo Ministerial oportuno y preciso que reconoce su integralidad.  La Fundación Mariana de Jesús, creada por la filántropa quiteña María Augusta Urrutia, emprendió desarrollos inmobiliarios en terrenos de su propiedad en las laderas del Pichincha al oeste del Parque La Carolina. En 1960 el Municipio otorgó el Premio Al Ornato a la Urbanización Mariana de Jesús, hacia el occidente de la cual la misma fundación desarrolló en 1971 el Conjunto Residencial La Granja, Premio Al Ornato 1978, diseñado por la oficina chilena Larraín García-Moreno, Swinburn & Covarrubias.

Siempre que visito esta verdadera ciudad-jardín me pregunto por qué no habremos sido capaces de igualar la sencilla excelencia de este complejo residencial de primer orden, que mantiene su calidad ya medio siglo.

La multinacional IBM –de la mano del diseñador Eliot Noyes y arquitectos como Eero Saarinen y Marcel Breuer– ha actuado sobre múltiples paisajes delineando objetos arquitectónicos que resaltan su contexto y logrando, incluso en sus ejemplos más urbanos, la impresión en el observador de un reencuentro con la naturaleza, de salir de la ciudad.

El mismo efecto tiene en Quito el Edificio IBM, diseñado por Rafael Vélez Calisto, Premio Al Ornato 1987, hoy amenazado por un pretendido desarrollo inmobiliario. Ubicado en La Pradera, en plena meseta centro-norte, corresponde a una época en la que la norma corporativa era levantar edificaciones con una verticalidad auspiciada por nuestro boom petrolero. Sin embargo, siguiendo la doctrina IBM, esta juega con el paisaje al pie de la colina de La Paz y con el distante Pichincha y cede amplios espacios exteriores a la ciudad, permitiendo que la verticalidad dominante continúe siendo la del paisaje natural, al igual que la Residencia Estudiantil, que el Hotel Quito y que el Conjunto La Granja.

Una universidad pública en el primer caso, el Estado junto al Seguro Social en el segundo, una fundación privada sin fines de lucro en el tercero y una poderosa corporación multinacional en el cuarto – todos hicieron una lectura sensible del lugar en el que actuarían: de la ciudad y su paisaje, pero, además, del espacio que ocupa en una sociedad el bien común.

Estos precedentes y el reconocimiento de su ciudad al premiarlos invitan a formular algunas preguntas (que trataré de responder en pocas semanas en Parte III): ¿a quién pertenece el paisaje urbano? ¿quién puede reclamar su derecho al disfrute del mismo? ¿bajo qué parámetros? ¿violentar vía afectación las arquitecturas protegidas por actos administrativos constituye una violación a nuestros derechos comunes? ¿de qué maneras podemos honrar estas decisiones para generar identidad y seguridad jurídica en el marco de lo común? Confío en que uno de los caminos para lograrlo es proteger esa herencia en préstamo que recibimos llamada patrimonio.

Andrés Núñez Nikitin

Panorama Global