Las “Montoneras Alfaristas”, mujeres de armas tomar

Dra. Rosita Chacón Castro, Msc.* | Mayor de Justicia en Servicio Pasivo

En una válida y corta narrativa-investigativa de las huellas femeninas en la Historia oficial, con sus “voces de libertad y justicia” y de “armas tomar”, invocadas no como historias aisladas, sino como actoras y protagonistas auténticas, con una fuerza interior y moral inquebrantables, a través de una cadena de nombres y roles femeninos, que dan cuenta, de su paso y participación en la época liberal, especialmente sus vivencias de templanza, entereza y particular impronta femenina, que deben ser conocidas y reconocidas por las presentes generaciones, por el aporte ancestral para alcanzar una sociedad más democrática, menos conservadora y mejorando los espacios educativos, laborales y culturales para las mujeres.

Liderazgos femeninos históricos, representativos y visionarios, acumulados en el tiempo en especial a inicios de la época republicana, pues nuestras heroínas vivieron y sufrieron historias impensables de exclusión y confinadas a las creencias religiosas, relegadas a la vida doméstica y privada en sus hogares, dependientes del guía masculino, sin importar la clase social a la que pertenecían, orillándolas a la inconformidad a unas y a otras a la resignación a sus roles predeterminados socialmente.   

Recordar que, el 5 de junio de 1864, el general Eloy Alfaro en el primer levantamiento de la revolución liberal ubicado en Lomas de Manta -Cerro El Colorado- contó con la ayuda de dos valientes mujeres manabitas: doña María Isabel Muentes de Alvia y la mulata Martina, de quien se dice, que le salvó la vida a “su antiguo amo Eloy Alfaro”, que colaboraron en la emboscada a las tropas “garcianas” y tomaron como prisionero al Gobernador de la provincia el general Francisco Salazar. Una comisión de vecinos de Montecristi negocia la libertad de éste, que se comprometió a otorgar salvoconductos que garanticen la vida de los insurrectos y la salida del país de su líder; pero, el autoritario Gobernador, no respetó lo convenido, persiguiendo a los insurgentes hasta apresarlos como a don Pascual Alvia y Bruno Muentes, esposo y hermano de María Isabel. Dispuso su fusilamiento, el 21 de octubre de 1864, en la Plaza central de Montecristi. La misma suerte corrieron otros montoneros alfaristas, lo que obligó a don Eloy Alfaro a embarcarse rumbo a Panamá.

Más adelante, en los tiempos de consolidación de la República y de lucha entre conservadores y liberales, vuelve la figura de la mujer a resurgir: en la toma de Punín (1871) doña Manuela León al frente del pueblo indígena convocado, dio un grito como señal convenida que esperaban los rebeldes, para incendiar la población y evitar que caiga en manos de las tropas conservadoras del gobierno autócrata del doctor Gabriel García Moreno y por la reivindicación de sus derechos colectivos. Fue fusilada el 8 de enero de 1872.

En contrapartida doña Mercedes Landázuri (Mama Pebeta), junto a las damas Mercedes y Josefina Ribadeneira que, bajo sus vestidos transportaban armas y municiones, para entregar a sus compañeros de lucha, en Tulcán; y, la campesina apodada la “Chuquirahua”, quien defendió su pensamiento, que era el pensamiento del infatigable Luchador, en la campaña de 1896.

La revolución liberal

La Revolución Liberal, que se venía forjando durante 31 años, tuvo éxito el 5 de junio de 1895 con la proclamación del general Eloy Alfaro como Jefe Supremo, que no solo originó las “montoneras alfaristas”, entendidas como un proyecto popular de liberación social y nacional provenientes de los sectores sociales más desfavorecidos; también, abrió un espacio para vincular a la lucha armada, a las mujeres “guarichas” de Sierra y Costa, que acompañaban a los soldados en los campos de batalla o que se comprometían con la causa revolucionaria y, que si tenían que empuñar las armas lo hacían arengando el grito de ¡Viva Alfaro Carajo!.

Es muy probable, que desde la época del gobierno conservador del doctor Gabriel García Moreno, las ideas liberales comenzaron a tomar fuerza, particularmente en el litoral ecuatoriano.

En 1876, se produce la revolución en contra del doctor Antonio Borrero Presidente de la República; y, la sublevación del general Ignacio de Veintimilla en Guayaquil, entonces aparece la figura femenina montubia de doña María Matilde Gamarra Elizondo de Hidalgo Arbeláez, apodada la “Ñata Gamarra”, quien donó su fortuna y bienes a disposición de los rebeldes.

Esta protagonista, nace en Baba -Los Ríos- el 13 de abril de 1884 en la hacienda “Victoria” de sus padres, ubicada a orillas del estero “Chapulo” en el río Daule. Igual proceder, lo tuvo años más tarde en 1883, cuando sin vacilaciones, se convierte en los brazos operativos del general José Eloy Alfaro Delgado; y, en 1884, forma parte del grupo de liberales, que estaban en contra del Presidente de la República, doctor José María Plácido Caamaño.

En noviembre de 1884, conjuntamente con un grupo de revolucionarios liberales, se reúnen en su hacienda “Victoria” (situada en la provincia de Los Ríos) y se da inició a la muy conocida “Revolución de los Chapulos”, con la activa intervención de los hermanos Cerezo, Infante Díaz y otros liberales, coidearios del general Alfaro.

Aparecen como parte de la falange patriótica liberal la combatiente doña Cruz Lucía Infante, hermana de los ya citados rebeldes alfaristas y, otras arriesgadas féminas de varonil tesón: doña Dolores Usubillaga, cuñada de don Emilio Estrada; doña Juliana Pizarro complementando la feminidad porteña; y, doña Porfiria Aroca de la Paz, quien fallece en el año estimado de 1922.

La “Ñata Gamarra”, no solo brindó ayuda logística militar y de personal (1 mayordomo, 8 empleados y 77 peones denominados “Húsares de Chapulo”) a los liberales; sino que, envió a su hijo Eduardo, con suficiente dinero, en un barco fletado a Centroamérica para regresar al general Eloy Alfaro y asuma el mando de la Revolución de 1895. Nuestra heroína, fue perseguida, confinada y desterrada, pero nada la amedrentaba, continuaba cabalgando a pelo y sin zapatos, portaba un collar de municiones amarrado al cuello y peleaba con machete. Fallece el 21 de mayo de 1916.

La acompaña históricamente la manabita doña Filomena Chávez Mora de Duque, conocida como “la Coronela”, que nace en el sitio El Guabito, cercano a Portoviejo en 1884. Hija de don Inocencio Chávez y doña Gertrudis Mora, fallece en Manta el 27 de septiembre de 1961, sin dejar descendencia directa. Desde muy joven, se identificó con los postulados del liberalismo y los de su líder el general Eloy Alfaro; actuaba, como emisaria entre los liberales, llevando mensajes, armas o municiones, en la época en que se perseguía y fusilaba a los revoltosos, teniendo de enlace a su hermano el capitán Ismael Chávez Mora. La adolescente Filomena, se enroló primeramente en las tropas del coronel Zenón Sabando para posteriormente colaborar con los insurrectos “Chapulos” y acompañar las luchas revolucionarias. Por su activa participación, fue amenazada de ser excomulgada, por el Obispo de Manabí Ilustrísimo Pedro Schumacher, porque en esa época ser liberal era sinónimo de hereje. El coronel Zenón Sabando, Jefe liberal de Manabí, dijo de ella que “lo que más le gustaba era agazaparse tras un matapalo, echarse la culata del fusil a la cara y apretar el frío gatillo”.

En 1910, dada la frágil y delicada situación internacional con el Perú, la coronel Filomena, que para ese entonces tenía 26 años, se presentó “con cien hombres comandados por ella, y le dijo al general Flavio E. Alfaro: quiero ir a pelear contra el Perú”, quien se encontraba en Guayaquil, organizando las tropas para ir al combate, conforme lo señala el gran historiador Janón Alcívar (1948) en su crónica ya citada.

Transcurrido algún tiempo no fue necesario que marchara a la frontera, porque debía regresar a Manabí, para esperar (escoltada por tropas voluntarias) y apoyar la revolución del coronel Carlos Concha Torres, en Esmeraldas, como “la única protesta armada que se levantó en el Ecuador por los crímenes del 28 de enero de 1912”, cometidos en contra del general Eloy Alfaro Delgado, familiares, militares y funcionarios leales. 

Para ese entonces, doña Filomena Chávez Mora, tenía el grado de Coronel y ocupaba un lugar en las huestes “conchistas”, que pretendían castigar a los culpables de la muerte del general Alfaro; lamentablemente, cayó prisionera, en un breve combate, en el sitio “Los Claveles” cerca de Jipijapa. Le costó su derrota y apresamiento, siendo liberada tras un armisticio / indulto presidencial. 

Junto, a la coronel Filomena Chávez, merece ser nombrada doña Sofía Moreira de Sabando, esposa del coronel Zenón Sabando (Jefe de las guerrillas liberales de los “Chapulos”), de patriótica actitud responsable de los abastecimientos sobre todo de medicinas / alimentos y veladas comunicaciones; tulas de armas y talegas de municiones; y acogiendo en su casa a líderes montoneros. Se vio obligada, a adentrarse en las selvas y ocultarse en casas de familias honorables en Montecristi, porque el gobierno conservador local, dispuso persecución en su contra. Mencionar a otras mujeres que desde muchos años atrás, fueron fieles a la causa alfarista,  como la ríorense doña Rosa Villafuerte de Castillo, sosteniendo la mantención de los soldados que tenía ocultos en sus propiedades cacaoteras de Los Ríos, eran las tropas del general Plutarco Bowen (delegado personal del general Alfaro), que luchaban en la zona de Bodegas-Babahoyo; y, las damas guayaquileñas: Maclovia Lavayen y Gorrichátegui de Borja casada con el comandante Camilo Borja Miranda y madre del galeno César Borja Lavayen Secretario Particular del general Alfaro; doña Carmen Grimaldo de Valverde, esposa del liberal escritor don Miguel Valverde; y, doña Teresa Andrade de Rivadeneira, madre del general liberal José Miguel Rivadeneira, quienes desde 1884 estaban ya comprometidas y operaban como agentes revolucionarias o combatientes, según las circunstancias y el territorio.

El escritor doctor Dumar Iglesias Mata, en su obra “Eloy Alfaro-100 Facetas Históricas”, menciona los nombres de mujeres de activa participación en la revolución liberal: doña Marieta Alfaro “la Mayoresca”, como mensajera y enfermera de las tropas; doña Juana de Flores, en Montecristi y, particularmente cita el decidido apoyo prestado a la revolución, por doña Natividad Delgado de Alfaro. Surgen también doña Ramona Mieles de Cevallos y la esmeraldeña doña Delfina Torres de Concha con su esposo y madre de héroes del liberalismo radical, que hicieron causa común de lucha para alcanzar la justicia social.

Imprescindible citar el nombre de la quiteña doña Juana María Petrona Miranda (1842-1914), con el grado de Sargento Mayor, obtenido en las luchas contra las tropas garcianas. Participó como “enfermera de campaña con los cirujanos militares en el combate de Galte -en las cercanías de Riobamba- el 14 de diciembre de 1876”. En 1898, durante el primer gobierno del general Alfaro, la obstetra graduada conjuntamente con el doctor Ricardo Ortiz, fundan y organizan la Maternidad de Quito, para atender en salud (partos y atención obstétrica) a las mujeres más pobres y vulnerables. Destacar, que era una “mujer de mucho carácter”, cuestionaba los roles familiares o maternos tradicionales de la época asignados a las mujeres; de vocación de servicio permanente en favor del trabajo femenino en lo público; y, por su formación profesional, fue la primera mujer profesora universitaria del Ecuador.

Más adelante, aparece doña Delia Montero Maridueña, yaguacheña, activa participante en la lucha por el Gran Caudillo liberal, pese a ser hija del Jefe Militar Conservador coronel José Montero Ramos, hermana de los liberales generales Pedro J. y José Lorenzo Montero Maridueña y madre del también liberal yaguachense don Alberto Peña Montero, que supieron burlar la vigilancia paterna.

Cuando el general Eloy Alfaro, hace su entrada en Quito, en septiembre de 1895, los quiteños lo reciben apoteósicamente unidos: civiles y militares, hombres, mujeres y niños. Al frente de la escolta y unidades militares, marcha doña Rosario Carifo (Carifa), una humilde mujer alfarista, que arengó y guio al sacristán de una iglesia vecina, para que grite vivas por el general Alfaro, hecho nada extraño, pues algunos alfaristas, trajeron para la recepción del Jefe Liberal, a la Santísima Virgen del Quinche y, hasta hubo una ceremonia religiosa.

Retomando la narrativa inicial, se suman más desafiantes féminas doña Dolores Vela de Veintimilla (guarandeña), Tránsito Villagómez y Ana María Merchán Delgado (cuencana), quienes actuaron como agentes y correo de los revolucionarios liberales cuencanos, proveyéndoles de alimentos y armas, en especial al general Manuel Antonio Franco. A ésta última dama, el Gobierno conservador, le confiscó todos sus bienes, dejándola en total miseria, sin considerar su avanzada edad y estado de salud. 

Para el gran historiador Segundo de Janón Alcívar (1948) en su crónica “El viejo luchador. Su vida heroica y su magna obra”, decididos apoyos prestaron “Las Juanas de Arco del Liberalismo ecuatoriano”, en clara referencia a las mujeres temerarias combatientes en los campos de batalla, las liberales guarandeñas: la coronel Joaquina Galarza de Larrea, quien colaboró con las “montoneras”, con su propio dinero, llevando mensajes (partes) y aún más combatiendo en las batallas del 9 (Guanujo) y 17 de abril (Balsapamba) y del 6 de agosto de 1895. Por su participación y méritos en estas acciones de armas, el propio general Eloy Alfaro, la ascendió al grado de Coronel, en pleno combate por méritos de guerra. Su letra (pensión) de retiro militar la percibió hasta 1912.

Se agregan las siguientes damas doña Leticia Montenegro de Durango, bizarra mujer que combate en Quito el 10 de enero de 1883, junto a doña Marietta de Veintimilla la “Generalita”, actuando frente a la amenaza del Ministro de Guerra don Cornelio Vernaza de tomar el poder, lidera las tropas revolucionarias liberales, venciendo en la contienda y, logra la renuncia del ministro sublevado. Al año siguiente, defendería sola el Palacio, siendo apresada y detenida, hasta septiembre de 1883, donde recibió muchas pruebas de afecto y cariño. Cayeron prisioneras y fueron desterradas, luego del derrocamiento del dictador.

Prosigamos con la participación de doña Felicia Solano de Vizuete, junto a las dos mujeres citadas anteriormente, que participa en la acción militar cuando el general Veintimilla enfrenta al Presidente Caamaño, apoyado por el partido conservador. Todo el tiempo donaba su fortuna, siendo intermediaria para facilitar dinero a los revolucionarios para el triunfo del partido liberal y, poco después, para junio de 1895, salva a sus hijos y compañeros ideológicos, librándolos de una emboscada tendida por la caballería del general José María Sarasti. Por increíble que parezca, entregó simbólicamente la vida de su hijo don Ángel María, pues resulta asombroso que cuando se enteró que había muerto en la batalla de San Miguel (6 de agosto de 1895), pronunció estas emotivas palabras: “No importa, he perdido un hijo, pero ha triunfado la Causa Liberal”. En 1896, es perseguida y apresada, pero prefirió pagar una multa como cupo de guerra impuesta por los conservadores, antes que entregar documentos y dinero bajo su custodia.

Las fuerzas liberales, comandadas por el coronel Francisco Hipólito Moncayo, contaban 88 efectivos, que enfrentaron a unos 300 entre soldados regulares y conservadores reclutados. Cuando se trabaron los choques, el coronel Moncayo ordenó que “entraran en acción las reservas”, que estaban al mando de los coroneles Emilio María Terán y Julio Andrade.

Al volver el rostro encontraron junto a sus hombres a tres mujeres que empuñaban las armas, eran las antes mencionadas coronel Joaquina Galarza, Felicia Solano de Vizuete y Leticia Montenegro de Durango, a la que consideraban “veterana”, porque ya había combatido al lado de doña Marietta de Veintemilla.

Cerca de terminar el primer gobierno liberal, en los años 1899-1900, se producen una serie de acciones de armas en la provincia del Carchi, entre fuerzas liberales ecuatorianas y conservadoras colombianas, que apoyaban a sus pares ecuatorianos.  El enfrentamiento armado más representativo, se da en Tulcán, el 22 de mayo de 1900. La ciudad se defiende con tropas al mando del coronel Pedro Pablo Echeverría.

Hasta la llegada de la revolución alfarista, la mujer ecuatoriana se encontraba en una situación de desigualdad abominable, era considerada como una persona incapaz legal y moralmente, a merced y subordinación del hombre, apta únicamente para mantenerse en la vida privada, situación que no se compadecía con el pensamiento de “El Viejo Luchador” que decía “es deber de todo gobierno mejorar la condición de la mujer”, entonces favorece y propicia esa ruptura de inequidad de la mujer y consolida la reivindicación de sus derechos, brindándole la posibilidad de estudiar y acceder a la administración pública nacional, dignificando su imagen y reconociendo el derecho de vivir en igualdad y libertad, porque era “consciente de la dolorosa condición de la mujer ecuatoriana, relegada a oficios domésticos, limitadísima la esfera de su actividad intelectual y más estrecho aun el círculo donde pudiera ganarse el sustento”.

La imporonta liberal en las mujeres
Con el liberalismo, nace un verdadero ejercicio de derechos y garantías para las mujeres ecuatorianas, principalmente en los campos de la educación; otorgamiento de derechos individuales, civiles y políticos; opción para ocupar cargos en los espacios públicos; protección de sus derechos como mujer casada; protección de la familia; posibilidad de estudiar en las universidades y en el exterior; creación de los normales: “Manuela Cañizares” en Quito (1901) y el “Rita Lecumberry” en Guayaquil (1906), iniciando un proceso de profesionalización de las mujeres. Estas conquistas sociales, conmocionaron especialmente a los opositores y en particular a la Iglesia Católica de los siglos XIX y XX, que acusó al Estado de haber institucionalizado el “concubinato público” y legalizado las “herejías”, porque sentía amenazada su presencia en la legislación nacional, ya que tenía el manejo y control a través del Derecho Canónico los asuntos referentes al matrimonio, bautizo, registro de los nacimientos y fallecimientos. Con el posicionamiento del liberalismo y la creación del Registro Civil en 1901, que vino a sustituir al Registro de Actos Eclesiásticos, pasan a la gestión administrativa del Estado.

El Derecho de Familia, da cuenta que, en 1895 se estableció por primera vez, el matrimonio civil en el Ecuador; en 1902, se admitió el divorcio; en 1904, se aceptaron otras dos causales para el divorcio, esto es: adulterio de la mujer, concubinato del marido y atentado de uno de los esposos contra la vida del otro. El 30 de septiembre de 1910, se introdujo el divorcio por mutuo consentimiento, es decir, es en la época alfarista donde ocurren estos avances jurídicos y libertades de pensamiento, conciencia y culto, apartados de conceptos religiosos o conservadores tradicionales.

ediante Decreto Nº. 68 del 19 de diciembre de 1895, dispone que a partir del 1 de enero de 1896 la mujer trabaje en la administración pública, siendo doña Matilde Huerta Centeno la primera empleada pública con nombramiento de estafetera de correos asignándole 25 sucres mensuales de sueldo, en Quito. Dispone, además que, en las dos ciudades principales del Ecuador, se organicen escuelas especiales para la enseñanza de la telegrafía y su posterior empleo, con la salvedad de que los cargos de administrador general e interventor de los correos, continuarán desempeñando los hombres.

Una dama guayaquileña, fue la primera beneficiaria de esta revolución educativa, y fue el mismo general Eloy Alfaro que encontró tiempo para atender el reclamo de la señorita Aurelia Palmieri, quien dos años antes, en junio de 1893, había rendido sus exámenes de bachillerato y los correspondientes al primer curso de estudios de medicina, pese a lo cual se le impedía continuar su carrera.

El 4 de julio de 1895 se expidió el decreto como Jefe Supremo, reconociendo la validez de los exámenes rendidos por la dama Palmieri y autorizándole a continuar sus estudios, pues uno de los considerandos del decreto establecía que “la ley de instrucción pública, por deficiente, no ha previsto el caso de que la mujer, tan digna de apoyo de los poderes públicos, pueda optar a grados académicos y estudiar los ramos de enseñanza superior”.

Cierro esta narrativa con una leal servidora del Viejo Luchador, la joven latacungueña María Salvadora Álvarez Calero que ingresó al servicio del general Eloy Alfaro en la Casa Presidencial, en su segunda presidencia en 1907, con solo 12 años de edad. Como consecuencia de los hechos políticos del 11 de agosto de 1911, sufrió un lamentable accidente y le fue amputada su pierna derecha. Preocupado el general Alfaro, recomendó al personal médico del Hospital “San Juan de Dios” que fuera bien atendida en estos momentos difíciles. 

Con sentimientos de ligera injusticia, en el umbral de la ingratitud, sin poder rendir un verdadero reconocimiento y agradecimiento a todas las mujeres liberales, por lo difícil de recabar información y fotografías, existen “montones de mujeres” en todo el país, que han sido omitidas de las narrativas históricas oficiales, pero hoy por hoy, con la obligación moral de asumir el firme compromiso de continuar investigando, para recuperar los espacios femeninos construidos con valentía y dignidad en todas las épocas, sin sesgos,  apasionamientos o sobre representaciones, porque no se trata de narrar historias sólo de las mujeres como fin en sí mismo, sino más bien dentro de la estructura social, de la mano de figuras masculinas, visibles en los procesos histórico-militares.

Dra. Rosita Chacón Castro, Msc.*

Mayor de Justicia en Servicio Pasivo

Académica de Número y Fundadora de la Academia Nacional
de Historia Militar