Hay que salvar al mundo

EDGAR QUIÑONES SEVILLA

La paz en un estado de quietud, placer y comodidad que todos los seres humanos desean poseer y conservar, por lo cual la han introducido en leyes y reglamentos que norman la vida de sus comunidades. Sin embargo, ciertos hombres y estados se niegan a compartir con la mayoría los beneficios de la convivencia respetuosa y promueven de manera permanente la beligerancia entre personas y naciones, lo cual ha llevado al mundo a enfrentamientos bélicos de consecuencias funestas, algunas de acciones contemporáneas.

El afán de imponer a los más débiles, doctrinas económicas injustas que rayan en la irracionalidad, con el deseo de adueñarse de los bienes ajenos, incluyendo la fuerza de trabajo, tiene al planeta Tierra al borde de una nueva guerra mundial que, según los entendidos, puede ser la última, porque esta vez se haría uso de armas atómicas, capaces de no dejar en el globo vestigios de la raza humana ni alguna otra señal de vida.

Al momento, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha resuelto, sin autoridad para ello, otorgar a Israel la ciudad de Jerusalén para que sea la capital del Estado que nació en 1948 mediante un acuerdo de las cinco grandes potencias triunfadoras de la segunda guerra mundial, que decidieron arrebatarle a Palestina la mitad de su territorio para entregárselo a los judíos, los cuales en estas casi siete décadas transcurridas le han arrebatado a los descendientes de Abraham y Sara cerca del total de su heredad. No olvidemos que los israelitas son hermanos de sus ahora rivales por ser también hijos de Abraham, con su esclava Agar.

La Organización de las Naciones Unidad se halla en la obligación de velar por la paz en la Tierra y contando con la inmensa mayoría de sus 193 países afiliados que reclaman la paz, debe promover una movilización universal pacífica, en la cual hombres y mujeres de todas las razas y religiones expresen sus anhelos de no beligerancia y detengan los afanes imperialistas de cualquier procedencia, para evitar que la fuerza triunfe sobre la razón y la morada de todos perezca por ambiciones de mentes primitivas.