La Antártida, la morada de los dioses

La XXII Expedición Ecuatoriana a la Antártida realizó con éxito su misión.

Miguel Ángel Vicente de Vera. Especial para La Hora

La tarde del zarpe el cielo adquirió unos tonos azulados que parecían espaciales. Son los días finales de enero y Punta Arenas, la ciudad más austral de Chile, se iba desvaneciendo en el horizonte. El buque que nos llevaría a nuestro destino atravesaba triunfante el Estrecho de Magallanes. Dos ballenas y un grupo de delfines nos acompañaron durante varios minutos, como si quisieran escoltarnos antes de llegar a los temidos dominios del Paso de Drake.

A bordo, un grupo de 31 personas conformaban la XXII Expedición de Ecuador a la Antártida. Liderados por el comandante Julio Ortiz Melo y con el apoyo del comandante Juan Carlos Proaño, director del Instituto Antártico Ecuatoriano por tres años, oceanógrafos, ingenieros, químicos, arqueólogos, soldadores, chefs y el periodista que esto escribe, se dirigían a la que sería una de las grandes aventuras de sus vidas. Respondían a dos grandes objetivos: realizar investigaciones científicas con fines pacíficos y construir la infraestructura del nuevo módulo de Mando y Control.

El primer escollo a batir fue el Paso de Drake, un territorio de 800 kilómetros donde se encuentran las corrientes de los océanos Pacífico y Atlántico, con olas de más de 10 metros de altura. Para hacerse una idea de la gesta, en la antigüedad, los piratas que lo atravesaban victoriosamente, se colocaban un arete en su oreja, la otra la reservaban para cuando navegaban el Cabo de Buena Esperanza, en las aguas que rodean a Sudáfrica.

Para la sorpresa del contingente, el Dios Eolo mostró su rostro más benigno. En una de las jornadas aparecieron olas de cuatro o cinco metros, suficiente para que los vasos de la mesa se deslizaran de un lado al otro. Un oficial chileno, que lo había atravesado 11 veces, comentó que jamás había visto el mar en este rincón del planeta así de manso.

Llegada a la base

Luego de tres días de espera -para desembarcar material y víveres en otras estaciones chilenas- llegamos a nuestro anhelado destino, la Base Científica Pedro Vicente Maldonado, ubicada en la isla Greenwich, en el archipiélago de las Shetland del Sur.

Para realizar las tareas de apertura, seis expedicionarios, con el comandante Ortiz a la cabeza, viajaron hasta la base en helicóptero. Tres bomberos aguardaban el despegue, los rostros de los operarios denotaban gravedad. El espacio era tan reducido que la maniobra debía ser perfecta, cualquier error podía resultar fatal. El último en llegar fue el piloto. Era joven, delgado, de rasgos caucásicos. Vestía una chompa de cuero café rebosante de parches de otras expediciones y las típicas gafas de aviador.

Por la tarde, el resto de expedicionarios desembarcamos en botes de caucho de diez personas conocidos como Zodiac. A medida que avanzábamos, se comenzó a distinguir la silueta anaranjada de la base. En la orilla nos esperaban los compañeros con los brazos en alto, en señal de victoria. Luego de abrazos y hurras, después de una semana de travesía, comenzó el proceso de descarga de dos contenedores que portaban los víveres y el material para la construcción del nuevo módulo.

Una estación lunar

La estación emana un aroma lunar, a territorio extraterrestre. Consta de cuatro módulos metálicos y rectangulares de color naranja -para ubicarlos visualmente cuando nieva- aislados térmicamente: el laboratorio, la casa de botes y los dos módulos para camarotes, con baño, cocina y salón.

Son muchas las actividades científicas que se realizan: el doctor francés en teledetección de radares Cristophe Fatras estudia la disminución de los glaciares en la isla, como resultado del cambio climático; la doctora en arqueología Beatriz Fajardo trabaja en la hipótesis de grupos humanos prehistóricos que habitaron el continente blanco; el doctor Miguel Gualoto investiga microorganismos que sean capaces de absorber hidrocarburos. Por su parte el químico Carlos Banchón analiza procesos químicos naturales para eliminar la contaminación del agua…

Estamos en febrero, los días son muy largos, amanece a las 5:30 y anochece a las 22:00. A pesar de que estamos en verano, es habitual no ver el sol a lo largo de toda la jornada, ya que permanece tamizado por las nubes, generando una sensación de desubicación. El tiempo parece estar desencajado, los expedicionarios preguntan a menudo en qué día estamos. La base cobra vida solamente en esta época del año, ya que en invierno las condiciones son muy drásticas, realmente adversas para la supervivencia humana, con días de 24 horas de oscuridad, mares congelados, aislamiento total, temperaturas que descienden hasta los menos 85 grados y vientos que alcanzan los 300 kilómetros por hora. A pesar de estas condiciones al límite si tuviera que describir en una frase cómo es ese lugar, respondería sin titubear que es la morada de los dioses.

DATO

13 científicos participaron en la expedición

CIFRA

En 1988 se inauguró el primer refugio del Ecuador en la Antártida

LEA MAÑANA

La vida, naturalmente salvaje, en la Antártida.