Degradación

jaime Vintimilla

Con indignación y con estoicismo la gran mayoría de la población ecuatoriana ha reaccionado ante los deleznables episodios de corrupción. Lo ha hecho buscando explicaciones sobre la desmesura, el ilimitado irrespeto y la vileza de algunos servidores públicos que abusando de sus cargos se han beneficiado económicamente gracias a que han sucumbido ante las tentaciones del poder.

Lo que más duele ha sido la manipulación constante de la honestidad y de los valores democráticos, pues durante la década polémica y degradada se ha insistido en la destrucción del sistema jurídico para convertir así a la legitimidad sesgada en el concepto central que permitió una hipertrofia de la arbitrariedad como herramienta de gobierno.

En este sentido, urge un cambio en la mentalidad de los ciudadanos, que implica la exigibilidad de una participación política responsable, pues insistir en votar por personas que no reúnen las mínimas condiciones de independencia y transparencia propicia precisamente esta atmósfera de opacidad que ha obnubilado el libérrimo comportamiento cívico.

Centrarnos en la sanción a los corruptos es necesario pero no suficiente, ya que este flagelo debe extirparse y combatirse no solamente con el Derecho sino además alentando un debate que incluya a ciudadanos probos que trabajen mucho con la diversidad, el respeto de los derechos humanos y con mucha admiración por los valores como la honradez, el esfuerzo y la firmeza.

Una sociedad que no reclama ni exige respeto a sus representantes está condenada a morir en el albañal de la connivencia, por ello duplicar órganos públicos o generar comisiones anticorrupción que no son independientes constituye una afrenta para los defensores de la democracia y del sistema republicano.

Reclamamos un sistema de justicia independiente, la aplicación de la Constitución y los instrumentos internacionales, pero así mismo, se rechaza con solvencia el uso de leyes inconstitucionales que son aplicadas en detrimento de la seguridad jurídica y la defensa de un estado democrático.

Si no desterramos a la corrupción, la sociedad puede sucumbir gracias a una degradación sistemática de la verdad.

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