Ecos de excelencia

Rosalía Arteaga Serrano

Me alegra escribir sobre temas positivos, aquellos que engrandecen el espíritu de todos y lo colman de satisfacción. Uno de ellos es la premiación que, desde hace 11 años, realiza la Fundación para la Integración y Desarrollo de América Latina (Fidal), para reconocer y estimular el trabajo que hacen los docentes ecuatorianos e iberoamericanos.

Consciente del papel que ellos cumplen en la sociedad, la premiación de Fidal constituye un emotivo espacio para la reflexión y también para valorar el trabajo tesonero y diario de innumerables maestros de las diferentes latitudes, en su afán por impartir conocimientos, por perfilar actitudes y hábitos que transformen el entorno de los educandos para el bien de sus respectivas sociedades.

En esta edición, un profesor cuencano y una profesora mexicana del Estado de Chiapas, obtuvieron los preciados galardones, y lo hicieron en medio del entusiasmo y de un desborde de emociones de todos.

Cada uno de los participantes está consciente de que, si bien son necesarios los implementos de la modernidad y unos espacios adecuados para la labor de la docencia, mucho más importantes son la pasión que ponen los maestros, su superación constante, su perseverancia, su entrega, su capacidad de dación y su creatividad.

La fiesta de la educación se instala en Ecuador de la mano de la Fundación, concomitantemente con la celebración del Día del Maestro, que en abril se hace presente para premiar a la más importante de las profesiones, aquella que tiene como materia prima los cerebros y el civismo de los niños y de los jóvenes.

Una profesión cuyos miembros siempre aspiran a días mejores para su labor y para para todas la comunidades donde se desempeñan con abnegación.

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