Guerra de pocos

Daniel Márquez Soares

No es lo mismo un rival que un enemigo. El primero es alguien contra quien las circunstancias nos obligan a competir. Este desea lo mismo que nosotros y muchas veces el juego es de suma cero: debemos perder para que él gane y viceversa. Uno busca derrotar a su rival, pero solo porque es la única manera de conquistar el objetivo. A la larga, en ese proceso competitivo, ambas partes aprenden y mejoran.

Un enemigo es algo muy diferente. Un enemigo es alguien a quien nuestra integridad, prosperidad o a veces incluso nuestra existencia misma le resulta intolerable. Con un enemigo no se puede negociar ni razonar porque el único objetivo que este busca es nuestra destrucción. Por eso te empuja a comportarte como él: hay que destruirlo para no ser destruido primero.

Entre rivales hay aprendizaje, complicidad, camaradería y, a la larga, incluso prosperidad mutua. Entre enemigos no hay nada más que sufrimiento, empobrecimiento y violencia. Los rivales se fortalecen el uno al otro tras una contienda. Los enemigos, sin importar quien haya ganado, siempre salen peor de lo que entraron.

A los políticos les encanta convertir a algo tan aburrido, noble y simplón, como la administración pública en una guerra a muerte. Quieren convencer a todo el mundo, pero sobre todo a sus partidarios, de que no están lidiando apenas con rivales que les disputan su objetivo, sino con enemigos que amenazan su integridad y seguridad.

¿Por qué hacer eso? ¿Por qué traer a la política un clima de histeria y paranoia? Porque en la guerra todo se vale. Si conseguimos convencernos de que estamos luchando por nuestra supervivencia, seremos capaces de dejar pasar un montón de cosas que en un contexto de paz nos parecerían intolerables: violencia, robo, chantaje, mentira, indelicadeza, intriga, etc.

Durante los últimos días, Santiago Cuesta y Fernando Villavicencio nos han recordado con su encontronazo cuán binaria, frenética e inescrupulosa sigue siendo la pelea política en nuestro país. Lo importante es no caer en su juego: el que para algunas personas, por sus intereses y su pasado reciente, la derrota política represente un riesgo vital no significa que para todos nosotros lo sea. No es guerra de todos.

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