Agua hervida

CARLOS TRUJILLO SIERRA

No fue de la noche a la mañana que cambiamos la iluminación con mecheros y velas de sebo (queda la expresión) con la luz eléctrica y sus distintos artefactos: focos, tubos, pantallas. Antes de que el agua llegara por tuberías -para poner un ejemplo- en Quito los aguateros distribuían el agua transportándola en grandes pomos (tinajas) y en Guayaquil, y la costa en general, el agua era repartida y vendida en grandes barricas de madera a lomo de los populares burros. En las escuelas -sin luz eléctrica ni agua, ni Internet, sin maestros con títulos de PhD- nos enseñaban a hervir el agua para evitar la propagación de la tifoidea (tifus exantemático como dicen los médicos) y ello se aplicó y generalizó en todas partes hasta el día de hoy en los lugares en los cuales no se garantiza la calidad del agua entubada.

En la escuela (sin maestros esotéricos ni haciendo cálculos místicos de los zigurat) se desterró y se amplió a la familia el conocimiento de que los murciélagos hembras parían a sus crías y que las culebras nacían de los huevos puestos por las culebras madres y se abandonó la superstición de que los murciélagos eran ratones viejos y de que los cabellos largos de las mujeres que se bañaban en el río o en el estero daban origen a las antes nombradas culebras. Con pocos carros en las calles citadinas y también pueblerinas y antes de los semáforos, se nos enseñaba a cruzar con cuidado, mirando a un lado y a otro.

Hasta por motivos religiosos se nos enseñaba a desechar la fe en la interpretación gitana de los sueños (ahora cualquier mujer guapa se disfraza de gitana o se autodenomina madama y los hombres se auto titulan maestros, guías o gurús); igual se enseñaba la falsedad de los talismanes, el embuste de los baños y de las sanaciones hoy disfrazados de saberes ancestrales y fe religiosa.

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