Comprender el oro

Daniel Márquez Soares

Apenas hace un par de siglos, la humanidad pudo romper la despiadada tiranía de la escasez de los recursos naturales. El crecimiento económico nos permitió encontrar diversas soluciones a problemas que habían acechado durante milenios, como plagas, hambrunas o falta de bienes fundamentales y servicios básicos.

El factor determinante detrás de semejante estallido de prosperidad fue el acceso a energía barata, confiable y abundante; el descubrimiento de los combustibles fósiles abrió la puerta de riquezas insospechadas para la humanidad. El mismo petróleo que echaría a andar la maquinaria del desarrollo humano sería, durante el último siglo, una maldición para algunas sociedades; “el excremento del diablo”, como lo calificaría el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo, una de las mentes más brillantes que ha dado América Latina.

La destrucción de capital humano, de riqueza, de institucionalidad y de ambiente que implicaría el petróleo para muchas sociedades no se derivó de una maldad intrínseca de este producto, sino de su incomprensión. Un pueblo y un Estado que se dejan arrastrar por la bonanza petrolera sin entender las particularidades de este producto se enfrentan a una certera debacle.

Ecuador, en ese sentido, ha sido soberbia y temerariamente displicente con respecto al petróleo. Pese a la importancia que tiene este para la economía y el funcionamiento de país, la población en general y la clase política están apenas familiarizados con él. No se comprende la complejidad de la industria y el volumen de trabajo que hay detrás de este bien; tampoco las su mercado y la lógica detrás de su funcionamiento; no hay consciencia, sobre todo, de la verdadera importancia que guarda para el mundo, para el presente del país ni de nuestra verdadera posición en el panorama petrolero internacional. Medio siglo de petróleo ha dejado una serie de problemas exasperantes y complejísimos.

Con la minería, Ecuador ha entrado en una nueva etapa de su historia económica. Desde ya, para evitar repetir los problemas que cometimos con el petróleo, tenemos la oportunidad de educarnos al respecto y, sobre todo, de exigir que la clase política conozca del tema.

[email protected]

Daniel Márquez Soares

Apenas hace un par de siglos, la humanidad pudo romper la despiadada tiranía de la escasez de los recursos naturales. El crecimiento económico nos permitió encontrar diversas soluciones a problemas que habían acechado durante milenios, como plagas, hambrunas o falta de bienes fundamentales y servicios básicos.

El factor determinante detrás de semejante estallido de prosperidad fue el acceso a energía barata, confiable y abundante; el descubrimiento de los combustibles fósiles abrió la puerta de riquezas insospechadas para la humanidad. El mismo petróleo que echaría a andar la maquinaria del desarrollo humano sería, durante el último siglo, una maldición para algunas sociedades; “el excremento del diablo”, como lo calificaría el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo, una de las mentes más brillantes que ha dado América Latina.

La destrucción de capital humano, de riqueza, de institucionalidad y de ambiente que implicaría el petróleo para muchas sociedades no se derivó de una maldad intrínseca de este producto, sino de su incomprensión. Un pueblo y un Estado que se dejan arrastrar por la bonanza petrolera sin entender las particularidades de este producto se enfrentan a una certera debacle.

Ecuador, en ese sentido, ha sido soberbia y temerariamente displicente con respecto al petróleo. Pese a la importancia que tiene este para la economía y el funcionamiento de país, la población en general y la clase política están apenas familiarizados con él. No se comprende la complejidad de la industria y el volumen de trabajo que hay detrás de este bien; tampoco las su mercado y la lógica detrás de su funcionamiento; no hay consciencia, sobre todo, de la verdadera importancia que guarda para el mundo, para el presente del país ni de nuestra verdadera posición en el panorama petrolero internacional. Medio siglo de petróleo ha dejado una serie de problemas exasperantes y complejísimos.

Con la minería, Ecuador ha entrado en una nueva etapa de su historia económica. Desde ya, para evitar repetir los problemas que cometimos con el petróleo, tenemos la oportunidad de educarnos al respecto y, sobre todo, de exigir que la clase política conozca del tema.

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Apenas hace un par de siglos, la humanidad pudo romper la despiadada tiranía de la escasez de los recursos naturales. El crecimiento económico nos permitió encontrar diversas soluciones a problemas que habían acechado durante milenios, como plagas, hambrunas o falta de bienes fundamentales y servicios básicos.

El factor determinante detrás de semejante estallido de prosperidad fue el acceso a energía barata, confiable y abundante; el descubrimiento de los combustibles fósiles abrió la puerta de riquezas insospechadas para la humanidad. El mismo petróleo que echaría a andar la maquinaria del desarrollo humano sería, durante el último siglo, una maldición para algunas sociedades; “el excremento del diablo”, como lo calificaría el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo, una de las mentes más brillantes que ha dado América Latina.

La destrucción de capital humano, de riqueza, de institucionalidad y de ambiente que implicaría el petróleo para muchas sociedades no se derivó de una maldad intrínseca de este producto, sino de su incomprensión. Un pueblo y un Estado que se dejan arrastrar por la bonanza petrolera sin entender las particularidades de este producto se enfrentan a una certera debacle.

Ecuador, en ese sentido, ha sido soberbia y temerariamente displicente con respecto al petróleo. Pese a la importancia que tiene este para la economía y el funcionamiento de país, la población en general y la clase política están apenas familiarizados con él. No se comprende la complejidad de la industria y el volumen de trabajo que hay detrás de este bien; tampoco las su mercado y la lógica detrás de su funcionamiento; no hay consciencia, sobre todo, de la verdadera importancia que guarda para el mundo, para el presente del país ni de nuestra verdadera posición en el panorama petrolero internacional. Medio siglo de petróleo ha dejado una serie de problemas exasperantes y complejísimos.

Con la minería, Ecuador ha entrado en una nueva etapa de su historia económica. Desde ya, para evitar repetir los problemas que cometimos con el petróleo, tenemos la oportunidad de educarnos al respecto y, sobre todo, de exigir que la clase política conozca del tema.

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Apenas hace un par de siglos, la humanidad pudo romper la despiadada tiranía de la escasez de los recursos naturales. El crecimiento económico nos permitió encontrar diversas soluciones a problemas que habían acechado durante milenios, como plagas, hambrunas o falta de bienes fundamentales y servicios básicos.

El factor determinante detrás de semejante estallido de prosperidad fue el acceso a energía barata, confiable y abundante; el descubrimiento de los combustibles fósiles abrió la puerta de riquezas insospechadas para la humanidad. El mismo petróleo que echaría a andar la maquinaria del desarrollo humano sería, durante el último siglo, una maldición para algunas sociedades; “el excremento del diablo”, como lo calificaría el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo, una de las mentes más brillantes que ha dado América Latina.

La destrucción de capital humano, de riqueza, de institucionalidad y de ambiente que implicaría el petróleo para muchas sociedades no se derivó de una maldad intrínseca de este producto, sino de su incomprensión. Un pueblo y un Estado que se dejan arrastrar por la bonanza petrolera sin entender las particularidades de este producto se enfrentan a una certera debacle.

Ecuador, en ese sentido, ha sido soberbia y temerariamente displicente con respecto al petróleo. Pese a la importancia que tiene este para la economía y el funcionamiento de país, la población en general y la clase política están apenas familiarizados con él. No se comprende la complejidad de la industria y el volumen de trabajo que hay detrás de este bien; tampoco las su mercado y la lógica detrás de su funcionamiento; no hay consciencia, sobre todo, de la verdadera importancia que guarda para el mundo, para el presente del país ni de nuestra verdadera posición en el panorama petrolero internacional. Medio siglo de petróleo ha dejado una serie de problemas exasperantes y complejísimos.

Con la minería, Ecuador ha entrado en una nueva etapa de su historia económica. Desde ya, para evitar repetir los problemas que cometimos con el petróleo, tenemos la oportunidad de educarnos al respecto y, sobre todo, de exigir que la clase política conozca del tema.

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