‘Jalisco, el que nunca se irá de nosotros’

Juan Montaño Escobar se puso hablar y escribir de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González, quien en entrevistas y conversatorios había confesado que quería morirse a los 90 años, pero se fue a los 77, luego de hablar bastante aquí, allá y ahora en el más allá.

Antonio Preciado en verso certificó: “los diablos tienen mil años, pero de morir no acaban”. ¿Quién imita a quién en eso de perpetuarse? En unas palabras, de ninguna manera de despedida, el poeta Preciado, dejó el epitafio ahí, necesario e irrenunciable: “Usted pudo haberse ido de usted mismo, pero no de nosotros”.

Y el otro poeta, Jalisco ahí, de cuerpo presente, oyendo los versos del réquiem o para precisar el alabao, hablado no cantado, más aún salmodiado en la voz recitativa del Poeta. ¿Qué les cuento? Eso es de Poeta a Poeta.

A Jalisco, hombre de verso sin tregua, hubo de acompañar su inercia forzada con versos activos como fue (o es) poesía. Retan a la muerte, ellos, los poetas. Así se queden en esa perpetuidad juvenil con canas, arrugas, dolores de huesos, reumas y hasta sorderas para aquello que no tenga tono, timba, andarele y swing ahí también la desafían. Los poetas bravean con verba y verbo y eso los consagra.

Él como poema

La poesía social de Jalisco certifica su permanencia incuestionable en el hemisferio de aquellos que asaltan paraísos exclusivistas por todos los medios necesarios. Llámele como quiera izquierda revolucionaria, rebeldía cimarrona o acción crítica. Escribir versos es complicarle los ratos a la mala fe de babilonia, parafraseando a la fraternidad Rastafari.

Desde Quinindé, provincia de Esmeraldas (donde nació), había que hacerlo, así pareciera un lucero distante. Y Jalisco González cumplió con hacerlo por escrito o a viva voz. Era (o es) performático: voz baja (incluya onomatopeya adecuada), voz alta (incluya onomatopeya precisa), venteo de manos, cinética corporal a tono, silencios brevísimos e intenciones conjuntadas.

A muchos no, sin embargo a él sí le resultaba intensa la narración de poemas: el poema era él. Eso es saber y recursos técnicos personales intransferibles.

Háganse ustedes mismos la idea: “Esto que siento, esto que tucu, tucu, tu, esto que quiere abrirme el pecho, esto que no es de cuando en cuando, esto que es de todos los días, esto que sueño, esto que me dio esperanza alguna, esto que en silencio va creciendo”, lo escribió y poetizó desde su jaliscano barrio quinindeño.

Una poesía

Un auténtico hombre-poesía, en la misma línea de Antonio Preciado y José Sosa Castillo. Ambos referentes de Jalisco según sus confesiones. La poesía no es un ejercicio para desperdiciar la palabra en corralitos reglamentarios, el maestro Juan García solía decir, aquello que oyó seguramente muchas veces como mandato ancestral de libertad de pensamiento: “¡la palabra está suelta!” Y Jalisco se suelta con su palabra: “Y tum pa’llá, y tum pa’cá, el baile va pa’largo.

Nosotros quisimos poner el último paso de la guaracha, queriendo enderezar el ritmo, pero nos dijo: anarquistas, subversivos, nadie cambia las reglas de juego, y escupió un fuerte hedor a infierno”.

Bueno eso fue o es Jalisco González. Un poeta con su palabra. Y esta jam-session no es del adiós. ¿Mueren, en verdad, los poetas? “No sé y no me sorprendería ver el rostro de Jalisco en una nube viajera tirándole versos y besos a doña Eufe”, parafrasea Juan Montaño, quien habló y escribió de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González.

Juan Montaño Escobar se puso hablar y escribir de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González, quien en entrevistas y conversatorios había confesado que quería morirse a los 90 años, pero se fue a los 77, luego de hablar bastante aquí, allá y ahora en el más allá.

Antonio Preciado en verso certificó: “los diablos tienen mil años, pero de morir no acaban”. ¿Quién imita a quién en eso de perpetuarse? En unas palabras, de ninguna manera de despedida, el poeta Preciado, dejó el epitafio ahí, necesario e irrenunciable: “Usted pudo haberse ido de usted mismo, pero no de nosotros”.

Y el otro poeta, Jalisco ahí, de cuerpo presente, oyendo los versos del réquiem o para precisar el alabao, hablado no cantado, más aún salmodiado en la voz recitativa del Poeta. ¿Qué les cuento? Eso es de Poeta a Poeta.

A Jalisco, hombre de verso sin tregua, hubo de acompañar su inercia forzada con versos activos como fue (o es) poesía. Retan a la muerte, ellos, los poetas. Así se queden en esa perpetuidad juvenil con canas, arrugas, dolores de huesos, reumas y hasta sorderas para aquello que no tenga tono, timba, andarele y swing ahí también la desafían. Los poetas bravean con verba y verbo y eso los consagra.

Él como poema

La poesía social de Jalisco certifica su permanencia incuestionable en el hemisferio de aquellos que asaltan paraísos exclusivistas por todos los medios necesarios. Llámele como quiera izquierda revolucionaria, rebeldía cimarrona o acción crítica. Escribir versos es complicarle los ratos a la mala fe de babilonia, parafraseando a la fraternidad Rastafari.

Desde Quinindé, provincia de Esmeraldas (donde nació), había que hacerlo, así pareciera un lucero distante. Y Jalisco González cumplió con hacerlo por escrito o a viva voz. Era (o es) performático: voz baja (incluya onomatopeya adecuada), voz alta (incluya onomatopeya precisa), venteo de manos, cinética corporal a tono, silencios brevísimos e intenciones conjuntadas.

A muchos no, sin embargo a él sí le resultaba intensa la narración de poemas: el poema era él. Eso es saber y recursos técnicos personales intransferibles.

Háganse ustedes mismos la idea: “Esto que siento, esto que tucu, tucu, tu, esto que quiere abrirme el pecho, esto que no es de cuando en cuando, esto que es de todos los días, esto que sueño, esto que me dio esperanza alguna, esto que en silencio va creciendo”, lo escribió y poetizó desde su jaliscano barrio quinindeño.

Una poesía

Un auténtico hombre-poesía, en la misma línea de Antonio Preciado y José Sosa Castillo. Ambos referentes de Jalisco según sus confesiones. La poesía no es un ejercicio para desperdiciar la palabra en corralitos reglamentarios, el maestro Juan García solía decir, aquello que oyó seguramente muchas veces como mandato ancestral de libertad de pensamiento: “¡la palabra está suelta!” Y Jalisco se suelta con su palabra: “Y tum pa’llá, y tum pa’cá, el baile va pa’largo.

Nosotros quisimos poner el último paso de la guaracha, queriendo enderezar el ritmo, pero nos dijo: anarquistas, subversivos, nadie cambia las reglas de juego, y escupió un fuerte hedor a infierno”.

Bueno eso fue o es Jalisco González. Un poeta con su palabra. Y esta jam-session no es del adiós. ¿Mueren, en verdad, los poetas? “No sé y no me sorprendería ver el rostro de Jalisco en una nube viajera tirándole versos y besos a doña Eufe”, parafrasea Juan Montaño, quien habló y escribió de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González.

Juan Montaño Escobar se puso hablar y escribir de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González, quien en entrevistas y conversatorios había confesado que quería morirse a los 90 años, pero se fue a los 77, luego de hablar bastante aquí, allá y ahora en el más allá.

Antonio Preciado en verso certificó: “los diablos tienen mil años, pero de morir no acaban”. ¿Quién imita a quién en eso de perpetuarse? En unas palabras, de ninguna manera de despedida, el poeta Preciado, dejó el epitafio ahí, necesario e irrenunciable: “Usted pudo haberse ido de usted mismo, pero no de nosotros”.

Y el otro poeta, Jalisco ahí, de cuerpo presente, oyendo los versos del réquiem o para precisar el alabao, hablado no cantado, más aún salmodiado en la voz recitativa del Poeta. ¿Qué les cuento? Eso es de Poeta a Poeta.

A Jalisco, hombre de verso sin tregua, hubo de acompañar su inercia forzada con versos activos como fue (o es) poesía. Retan a la muerte, ellos, los poetas. Así se queden en esa perpetuidad juvenil con canas, arrugas, dolores de huesos, reumas y hasta sorderas para aquello que no tenga tono, timba, andarele y swing ahí también la desafían. Los poetas bravean con verba y verbo y eso los consagra.

Él como poema

La poesía social de Jalisco certifica su permanencia incuestionable en el hemisferio de aquellos que asaltan paraísos exclusivistas por todos los medios necesarios. Llámele como quiera izquierda revolucionaria, rebeldía cimarrona o acción crítica. Escribir versos es complicarle los ratos a la mala fe de babilonia, parafraseando a la fraternidad Rastafari.

Desde Quinindé, provincia de Esmeraldas (donde nació), había que hacerlo, así pareciera un lucero distante. Y Jalisco González cumplió con hacerlo por escrito o a viva voz. Era (o es) performático: voz baja (incluya onomatopeya adecuada), voz alta (incluya onomatopeya precisa), venteo de manos, cinética corporal a tono, silencios brevísimos e intenciones conjuntadas.

A muchos no, sin embargo a él sí le resultaba intensa la narración de poemas: el poema era él. Eso es saber y recursos técnicos personales intransferibles.

Háganse ustedes mismos la idea: “Esto que siento, esto que tucu, tucu, tu, esto que quiere abrirme el pecho, esto que no es de cuando en cuando, esto que es de todos los días, esto que sueño, esto que me dio esperanza alguna, esto que en silencio va creciendo”, lo escribió y poetizó desde su jaliscano barrio quinindeño.

Una poesía

Un auténtico hombre-poesía, en la misma línea de Antonio Preciado y José Sosa Castillo. Ambos referentes de Jalisco según sus confesiones. La poesía no es un ejercicio para desperdiciar la palabra en corralitos reglamentarios, el maestro Juan García solía decir, aquello que oyó seguramente muchas veces como mandato ancestral de libertad de pensamiento: “¡la palabra está suelta!” Y Jalisco se suelta con su palabra: “Y tum pa’llá, y tum pa’cá, el baile va pa’largo.

Nosotros quisimos poner el último paso de la guaracha, queriendo enderezar el ritmo, pero nos dijo: anarquistas, subversivos, nadie cambia las reglas de juego, y escupió un fuerte hedor a infierno”.

Bueno eso fue o es Jalisco González. Un poeta con su palabra. Y esta jam-session no es del adiós. ¿Mueren, en verdad, los poetas? “No sé y no me sorprendería ver el rostro de Jalisco en una nube viajera tirándole versos y besos a doña Eufe”, parafrasea Juan Montaño, quien habló y escribió de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González.

Juan Montaño Escobar se puso hablar y escribir de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González, quien en entrevistas y conversatorios había confesado que quería morirse a los 90 años, pero se fue a los 77, luego de hablar bastante aquí, allá y ahora en el más allá.

Antonio Preciado en verso certificó: “los diablos tienen mil años, pero de morir no acaban”. ¿Quién imita a quién en eso de perpetuarse? En unas palabras, de ninguna manera de despedida, el poeta Preciado, dejó el epitafio ahí, necesario e irrenunciable: “Usted pudo haberse ido de usted mismo, pero no de nosotros”.

Y el otro poeta, Jalisco ahí, de cuerpo presente, oyendo los versos del réquiem o para precisar el alabao, hablado no cantado, más aún salmodiado en la voz recitativa del Poeta. ¿Qué les cuento? Eso es de Poeta a Poeta.

A Jalisco, hombre de verso sin tregua, hubo de acompañar su inercia forzada con versos activos como fue (o es) poesía. Retan a la muerte, ellos, los poetas. Así se queden en esa perpetuidad juvenil con canas, arrugas, dolores de huesos, reumas y hasta sorderas para aquello que no tenga tono, timba, andarele y swing ahí también la desafían. Los poetas bravean con verba y verbo y eso los consagra.

Él como poema

La poesía social de Jalisco certifica su permanencia incuestionable en el hemisferio de aquellos que asaltan paraísos exclusivistas por todos los medios necesarios. Llámele como quiera izquierda revolucionaria, rebeldía cimarrona o acción crítica. Escribir versos es complicarle los ratos a la mala fe de babilonia, parafraseando a la fraternidad Rastafari.

Desde Quinindé, provincia de Esmeraldas (donde nació), había que hacerlo, así pareciera un lucero distante. Y Jalisco González cumplió con hacerlo por escrito o a viva voz. Era (o es) performático: voz baja (incluya onomatopeya adecuada), voz alta (incluya onomatopeya precisa), venteo de manos, cinética corporal a tono, silencios brevísimos e intenciones conjuntadas.

A muchos no, sin embargo a él sí le resultaba intensa la narración de poemas: el poema era él. Eso es saber y recursos técnicos personales intransferibles.

Háganse ustedes mismos la idea: “Esto que siento, esto que tucu, tucu, tu, esto que quiere abrirme el pecho, esto que no es de cuando en cuando, esto que es de todos los días, esto que sueño, esto que me dio esperanza alguna, esto que en silencio va creciendo”, lo escribió y poetizó desde su jaliscano barrio quinindeño.

Una poesía

Un auténtico hombre-poesía, en la misma línea de Antonio Preciado y José Sosa Castillo. Ambos referentes de Jalisco según sus confesiones. La poesía no es un ejercicio para desperdiciar la palabra en corralitos reglamentarios, el maestro Juan García solía decir, aquello que oyó seguramente muchas veces como mandato ancestral de libertad de pensamiento: “¡la palabra está suelta!” Y Jalisco se suelta con su palabra: “Y tum pa’llá, y tum pa’cá, el baile va pa’largo.

Nosotros quisimos poner el último paso de la guaracha, queriendo enderezar el ritmo, pero nos dijo: anarquistas, subversivos, nadie cambia las reglas de juego, y escupió un fuerte hedor a infierno”.

Bueno eso fue o es Jalisco González. Un poeta con su palabra. Y esta jam-session no es del adiós. ¿Mueren, en verdad, los poetas? “No sé y no me sorprendería ver el rostro de Jalisco en una nube viajera tirándole versos y besos a doña Eufe”, parafrasea Juan Montaño, quien habló y escribió de un muerto reciente que también era su amigo: Jalisco González.