La pandemia del invisible

El Ecuador padece dos pandemias. La primera recibe atención de los COE, recibe kits alimenticios de políticos, embajadas y empresarios, la que se analiza con las simbólicas cifras diarias del relato oficial. La otra es aquella que no se ve y que, en silencio se lleva vidas y futuros, a diario.

Cuando los brotes adquieren tales proporciones que superan la capacidad del sistema de salud las muertes se disparan, ya que incluso los casos que sí podrían responder a tratamiento se tornan mortales.

El sistema de salud en el país es frágil y, más allá de los horrendos actos de corrupción, es insuficiente para atender a poblaciones vulnerables y comunidades alejadas de los centros urbanos.

Hay alarmas en ancianatos y cárceles, pacientes con enfermedades catastróficas a los que el IESS rechaza atención. Ciertas comunidades indígenas han levantado su voz, sin mucho efecto. Jaime Vargas denunció que en la Amazonía las poblaciones, con poca capacidad logística ni prácticas culturales para aislarse como predica el COE, se exponen al virus por trasladarse a otras localidades y acceder a la educación en línea, fue ridiculizado.

En Perú, Paraguay o Brasil, las cifras demuestran el desproporcional efecto de la pandemia sobre ciertos grupos, entre ellos indígenas, migrantes, ancianos, moradores fronterizos y mujeres. Sus necesidades no son solo urgentes, sino también invisibles.

Muchos ecuatorianos no reciben asistencia para la prevención, ayuda alimenticia o pruebas de Covid-19; pero sí vieron mermar su sustento por la catástrofe económica provocada, entre otros males, por la primera pandemia.

La otra pandemia, la que viven los ‘invisibles’, debe atenderse con igual o mayor ahínco.

Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir.

Honoré de Balzac (1799-1850) Escritor francés.

Sería fácil decir que soy invisible; pero me siento dolorosamente visible y completamente ignorada.

David Levithan (1972- ) Escritor norteamericano, en ‘Cada día’