1895: Recordar el 5 de junio

A los miembros de la denominada La Argolla, los descubrieron con el tableteo de los golpes del telégrafo; fueron los jóvenes Castillo en la avanzada tecnología del final del siglo XIX, quienes con su valentía descifraron la clave de los mensajes.

Hoy la cibernética permite a otros jóvenes desenmascarar rufianes, en plena pandemia del siglo XXI.

El gobierno del Ecuador en la época del progresismo (1883-1895) era de la administración de una o varias haciendas, pero el pueblo tenía alma rebelde desde Rumiñahui, Quisquis, Calicuchima. La rebeldía que imprimieron en las esculturas de la Escuela Quiteña, Pampite y Caspicara, en cada piedra de la iglesia de la Compañía de Jesús y en cada santo de madera de cedro para asombro del mundo cristiano; creaban con sus manos los indígenas a las vírgenes que aún protegen la ciudad, casi danzando con la alegría de Legarda.

La rebeldía en la ciencia de Pedro Vicente Maldonado, el riobambeño geógrafo, cuyo nombre hoy se recuerda en la base científica de la Antártica; la rebeldía que nos dio identidad, esa que hoy nos hace falta, la misma que ganó la libertad en las faldas del Pichincha.

Puesto que ya existía república en 1895, la bandera tricolor no se arrendaba a nadie, apesar del cinismo impúdico de los gobernantes de turno. Sin que la conciencia colectiva considere que se mancillaba el honor de la patria, pobres y ricos por encima del regionalismo trasnochado, que aún persiste entre fariseos e iscariotes ocultos, no aceptaron que por unos cuantos miles de libras esterlinas los empresarios internacionales, desde Nueva York, compraran la poca decencia de cónsules y gobernadores, pero jamás de toda la nación.

Los puertos de Valparaíso y de Guayaquil estaban en juego para Flint. Querían asegurar el negociado: el barco chileno Esmeraldas se vendió en plena guerra entre China y Japón. Luego, con el emblema nacional surcaría el mar Pacífico y llegaría al escenario bélico, sin perjuicio de que Chile se había declarado neutral, hecho todo lo cual, cobrarron la comisión en libras esterlinas, sin que nadie se enterase, menos aún el presidente de la república, un ilustre poeta cuencano, don Luis Cordero.

Los farsantes y los impostores en la impúdica corrupción de 1895 se parecen mucho a los actuales vende muertos, que abandonaron a las víctimas del coronavirus, no sólo en Guayaquil, sino también, en pequeños pueblos, donde las noticias no se publican porque los humildes jamás recibieron prueba alguna de estar contagiados de Covid-19. Ahora esperamos tener la vacuna, que detenga su increíble apocalipsis, hasta tanto los hospitales seguirán colapsados.

El Ecuador, administrado como una hacienda, tenía sus ventajas para la epidemia moral de arrendar la bandera, no necesitaban de jueces venales para declarar inocentes a los culpables, les bastaba la injusticia consagrada en la ley y en el atraco social.

Para ellos existía el concertaje, la prisión por deudas, la inferioridad de la mujer en la vida pública, la clasificación de los hijos, no sólo como ilegítimos, de adulterio, de sacrilegios y de dañado ayuntamiento, como lo indicaba el Código Civil. Por cierto, no existía código del trabajo, para defender a los obreros, ni transporte interprovincial; bastaba la vía Flores, donde los arrieros se unían desde una hacienda en Babahoyo para llegar con mulas a Quito.

Alfaro llegó al Ecuador el 17 de junio, a bordo del Pentauro, saludando con su pañuelo rojo y su casaca de guerra, a la multitud que lo esperaba en la rivera del Rio Guayas. Vino a luchar y, desde entonces, lo llamaron el Viejo Luchador, además de General de las derrotas. A él lo acompañaron los zambos, los montubios y los bravos manabitas armados de machetes. La masa indígena también peleó junto con Alfaro en Gatazo.

La Hacienda es el modelo mayor de la inseguridad del continente americano, y quizás también del mundo, donde muy pocos compartimos las ventajas de la civilización y de la cibernética, cuando muchos otros no tienen computadoras, Internet, ni conectividad en las escuelas rurales. Por razones de la pandemia, se ha iniciado el ciclo lectivo a distancia, y los niños deseosos de aprender deben caminar kilómetros, subir lomas, trepar árboles, donde se engañan a padres esperanzados queriendo entender la educación a distancia, sin conectividad alguna.

Recordemos el 5 de junio* para apoyar una nueva lucha en la evolución histórica de un pueblo que lo tiene todo para ser grande mientras sus hijos no callen, no emigren, no acepten el mal menor, exijan lo imposible y, por encima del hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte, renazcan en la fe cristiana y la rebeldía que corre por sus venas, y entreguen a las nuevas generaciones, un mundo mejor que aquel que hoy reciben de sus mayores.

Adelante, nada se ha perdido. Recién comenzamos a competir, sigamos el ejemplo de Carapaz.

*El 5 de junio de 1895, con el triunfo de liberales sobre conservadores, nació, en Guayaquil, la Revolución Liberal.

[email protected]