Otro mal

Mientras se lucha contra la pandemia que va dejando muerte, dolor, pobreza, en medio de generalizada incertidumbre ante el futuro, salió a la superficie otro mal de proporciones catastróficas.

Se sabía de sujetos que llegaban a determinadas funciones públicas y que, en poco tiempo, salían de las mismas repletos de dinero, sin haber trabajado en labores productivas, heredado fortunas o sacado la lotería; hasta se atrevían a ostentar con cinismo sus bienes mal habidos, cuando no los ocultaban con testaferros. Entonces, el común de los mortales se acordaba de este antiguo y sentencioso dicho, para señalar a quienes, de la noche a la mañana, aparecían potentados: “Sacristán que vende cera sin tener cerería, de dónde, pecata mea, si no es de la sacristía”.

La corrupción, desbordada hasta límites increíbles, ha patrocinado mafias infiltradas en áreas como las de la salud, llegando al extremo de perpetrar acciones incalificables, hasta en la adquisición de fundas para los cadáveres de quienes fallecieron por el Covid-19. ¿Qué más se puede esperar frente a panorama tan abyecto?

La prensa, libre e independiente como tiene que ser siempre, va descubriendo semejantes acciones, aunque en el régimen anterior se la quiso eliminar a fin de que no denuncie sus latrocinios. Los numerosos exfuncionarios, entre ellos exgobernantes, procesados, en prisión o prófugos, incursos en estos hechos malhadados, van siendo despojados de sus máscaras y presentados en su real naturaleza, gracias a trabajos valientes y éticos, como los de la fiscal Diana Salazar, de jueces incorruptibles, que sí los hay, del académico Germán Rodas y sus compañeros anticorrupción, entre otros ecuatorianos de bien que merecen solidaridad y total respaldo, para que no reine la impunidad.