La palabra y los hechos

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz
Gabriel Adrián Quiñónez Díaz

Nuestras palabras, parecen un prodigio. Con ellas podemos comunicar una progresión extensa de sucesos, sentimientos, interrogantes, conocimientos, inquietudes y certezas, que me admiran y asombran. Escuchar hablar a las personas en otros idiomas, a veces es una maravilla.

Muchas veces, algunas suenan como trinos de pájaros, otras como bombos de guerra, las hay llenas de tonos y otras temblorosas, unas son tempestades; otras, manglares entre la selva, no faltan algunas tranquilas, paredes inquebrantables y puentes afortunados de ser transitados.

Hay actores de la palabra. Los poetas, escritores, maestros pensadores, filósofos, y muchos otros, que las siembran y según el terreno en que caen dan frutos. Siempre es más lo que se dice, lo que se sugiere, que lo que se recoge. Sin embargo, una sola palabra caída en buen terreno lleva en sí frutos y grandes posibilidades.

Hay ceramistas de la palabra, esos cuyas palabras paren, están preñadas de acciones y hechos. Son diamantes purísimos que brillan según la luz que reciben y la que llevan dentro. Por eso llenan de esperanza-acciones de organizaciones de todo tipo, empresas, familias, ciudadanos que desde diferentes veredas se unieron y sumaron para enfrentar la crisis del Covid-19 en el país.

Las personas que aunaron esfuerzos desinteresados para ayudar, sin que la foto importe, poniendo en riesgo su salud y sus vidas. Esa realidad positiva supuso palabras que generaban eficacia y compromiso más allá de un rol o cargo político. Las acciones hablan, las palabras actúan. Pero también hay quienes las transformaron en

trapos mugrientos, en peleles que ocultaron en discursos bonitos sus fechorías y más bajos instintos.

Muchos personajes de la palestra pública las han convertido en prisioneras de sus mentiras, robos y la más atroz corrupción. Ocultan en ellas su lujuria, sed de poder, el dinero, el prestigio y la apariencia. Son fachadas sin cimientos que no resisten una mínima brisa de sinceridad, verdad y de luz. Las palabras entonces, evocan odio, iras,

desconcierto, desesperanza, son solo palabras que someten, esclavizan, empobrecen, son siniestras, destructoras, son incendios y desiertos, son abismos y matan.

Por eso hay que tener vigilancia con ellas. Porque una de las cosas peores que nos puede pasas es perder la confianza en las palabras.

En la palabra dada. Corresponde a perder la confianza en las personas y en lo que representan. Y les queremos decir a todos los que se lanzan en la lid electoral, que no permitiremos que nos roben las palabras, nos quiten la esperanza, las usen de maquillaje de mentiras, corrupción y retroceso.

La palabra es el pacto inalterable y compromete. Las acciones comprometen. La una sin la otra es sonido estéril, o cabeza sin cuerpo. No queremos salvadores ni superhéroes, sino honestos y potables servidores. Que piensen y actúen en equipo. La palabra entonces podrá recuperar su rol de coherencia en las relaciones y el quehacer ciudadano, conectados con nuestro pasado, viviendo el presente, y buscando así mejor futuro.