Nuestra educación con la política

Si éste fuera un tema de verdadero interés de todos los ciudadanos para la procreación de un plan nacional gubernamental que consolide un mejor régimen democrático, nuestro día a día no tuviera que transcurrir en la vergüenza de las prácticas toxicas de funcionarios y políticos, ni el descontento de saber que así, no tenemos ningún futuro como república.

La educación y la política o viceversa, dos artes y dos ciencias muy erosionadas, en nuestro país, y que por lo visto no han logrado alcanzar la mayoría de edad en ninguna de ellas, mas bien parece que se desenvuelve en ocasiones en pañales, con amagos de haber llegado a la adolescencia en algunos trayectos históricos. Hoy, los difíciles problemas que sufrimos, en diversos órdenes de la vida social, demuestran que no logramos salir de esas etapas primitivas, caracterizadas por la mediocridad, la corrupción y el populismo. Este “armamento” político, la demagogia, tan aplicada por los gobernantes irresponsables, lleva a decir-dudo que llegue a creer-que somos el ejemplo, mientras los hechos revelan lo contrario: corrupción y la gran injustica social va en aumento, solamente crecen los ricos, mientras los más pobres se empobrecen aún más; no hay capacidad para el diálogo social, predomina la intolerancia y el cuento.

Parece ser que regresamos a esa época mesiánica, en la que la mayoría de los ecuatorianos mira hacia arriba esperando la llegada del “salvador”, y la realidad es que deberíamos abrir no solo la boca con la vista hacia las nubes, sino educarnos. En Ecuador, probablemente, no hemos tomado conciencia de la íntima relación entre educación y política, hasta el punto de que una mala política es el fruto de una ausencia de educación, y una mala educación es la consecuencia directa de una política fallida. Ambas se retroalimentan, Y lamentablemente, en estos años la crisis política que padecemos, está también estrechamente unida a la grave crisis educativa.

Los pueblos que, en las democracias, viven gobernados por políticos incapaces, ambiciosos y estafadores tienen que asumir la seria responsabilidad que le corresponde en ello, sin olvidar que un pueblo que no castiga la ineptitud, la mediocridad y la corrupción de sus políticos, es una sociedad gravemente enferma. ¿Acaso es posible que, en un pueblo de sabios, gobiernen distraídos? Nuestra formación política, no puede ser sumisa y dóciles a las elites dominantes, tiene que ver con la construcción de la civilidad, y esto quiere decir; que el impacto de este tipo de formación se da en los ámbitos rutinarios de la convivencia social, la verdadera construcción del espacio público, en el que convergen la organización y la acción colectiva, y la permanente búsqueda de la absoluta libertad.

La instrucción política, esa educación que pocos toman en serio en este país, ni lastimosamente en los hogares, o posiblemente en la academia, no es una educación para saber por quien votar en las elecciones próximas. Se trata de una educación básica, para la construcción de un mejor futuro para todos y todas, un futuro de civilidad donde no tengan cabida las lógicas del “sálvese quien pueda” o la sostenida idea de vivir de la “ley de la selva” que, en una sociedad como la nuestra, extremadamente desigual, cultural y económicamente, son aceptadas y normalizadas, con consecuencias destructivas.

Gabriel Quiñónez Díaz

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