Sin mascarillas

En Alemania se ha incrementado el número de contagiados por el coronavirus. No obstante, incomprensibles manifestaciones de miles de ciudadanos se han llevado a cabo en Berlín, inclusive con la intención de tomarse a la fuerza la sede del parlamento alemán (Reichstag).

¿Cuál la causa para ello? Protestar ante las medidas adoptadas por las autoridades para que la población enfrente la pandemia que golpea al planeta. El mismo día en que se realizaban estas manifestaciones, en las que no faltaron símbolos nazis y no se respetaron las distancias que recomienda la salud pública, también en los territorios alemanes las autoridades informaban el surgimiento diario de una media de mil quinientos nuevos casos declarados. ¿Por qué, entonces, estas contradictorias expresiones de inconformidad pública, si las medidas referidas van en beneficio individual, familiar, colectivo?

El asunto es que hay grupos de activistas que protestan por protestar, como parte de su accionar que responde a fines y objetivos previamente elaborados. En ese país y en otros, se esgrimieron consignas contra el uso obligatorio de mascarillas, exhibiendo letreros como “libertad de elegir”, “pensar ayuda”, “resistencia”, “somos el pueblo”, que no tienen relación con el tema y más bien, si se analiza su esencia, consolidan las medidas restrictivas y aun lógicas para neutralizar a un poderoso enemigo invisible.

La canciller Merkel anunció la evolución de la pandemia en los próximos meses, expresando, además, que hará respetar las normas de protección mientras sigan en vigor. De lo contrario, sin imponer las medidas que, inconsecuentemente, atacan esos activistas, la pandemia arrasaría desbocada.

Allá y acá, irreflexivos brotes de indisciplina ayudan a la proliferación del Covid-19.