El Señor del Terremoto

A pesar de los movimientos sísmicos tectónicos en Esmeraldas en los últimos días, nunca escribiré sobre un presagio apocalíptico. El Señor del Terremoto apareció en Patate un 4 de febrero de 1797. Al conjuro del Señor del Terremoto de Patate, reflexiono sobre la sociedad ecuatoriana que el próximo domingo 7 de febrero pretende cambiar las desesperanzas de su gente.

Recordemos que somos un país volcánico, con la altivez majestuosa del Chimborazo, la armonía del Cotopaxi, la soberanía libertaria de cráteres y laderas de los Pichinchas, tantos volcanes y nevados que recortan el horizonte de los valles interandinos como el Tungurahua y el Imbabura.

Amenazan los volcanes amazónicos, el Shanghái y el Reventador, grandes titanes del fuego. Escribir que en la costa no hay volcanes sería ignorar a Teodoro Wolf.

Creer que en Esmeraldas no existen terremotos es desconocer el tsunami de los años 50, cuando en la desembocadura de su río, todos vieron la Ola Marina; un pequeño volcán escondido en el fondo fluvial del puerto. En Manabí está latente el Chocotete, con la fuerza telúrica que emana desde el centro de la tierra aguas sulfurosas; Santa Elena con sus baños termales de San Vicente, donde los volcanes enanos asombraron al sabio exjesuita alemán referido, que envió a Leipzig varios galones de esa agua.

El Archipiélago tiene formación volcánica, de manera que ahora, al norte de Fernandina, crece una nueva isla, y la propia Isabela, vista desde el satélite, no es más que la unión de volcanes varios.

Permitidme entonces creer en el Señor del Terremoto de Patate, aun cuando sabemos que Dios, en su gracia omnipotente, no nos castigará con otra catástrofe como la de Pedernales en 2016 y, sobre todo, porque escribo antes del domingo 7 de febrero, sin olvidar la profecía de la Santa de Quito, Marianita de Jesús Paredes, sobre los malos gobiernos y el destino de la Patria.