Flagelo social

La corrupción continúa floreciendo con olores nauseabundos de inmoralidad, con un escudo de impunidad, se percibió en la antigua Grecia, cuya pestilencia cruzo rauda el tiempo hasta llegar a nuestros días. La corrupción ha corroído las bases del edificio de la democracia, afectando notablemente la gobernabilidad, sin dejar duda que los estados son pasteles predilectos para la corrupción, con una diversidad de argucias, para esquilmar los fondos del erario nacional, pero también podemos señalar sin equivocarnos, que la corrupción camina siempre con un paraguas, que podemos llamarlo impunidad, que afecta de manera directa a los sectores más empobrecidos y al mismo tiempo más vulnerables.

Considero que amerita fortalecer una cultura de legalidad, como práctica de todos los días, pues la cultura de legalidad resulta ser un caramelo que induce a propósitos deleznables, pero al mismo tiempo es ahí donde debe germinar el interés de la sociedad civil como un elemento anticorrupción.

Se ha dado el caso que los delitos que se derivan de la corrupción muchas veces no son considerados por las leyes que naufragan en el vacío, resultando entonces como necesidad imperiosa con carácter de urgencia, que aquellos delitos estén tipificados en las leyes, para que se constituyas como una infracción. Sin embargo en muchos casos nos preguntamos si sería posible prescindir de la ley poniendo entonces una práctica, que dejaría de lado a la legalidad.

También vale recordar que muchas veces la impunidad brilla como el sol en la conciencia de la colectividad, cuando aparecen jueces sin dignidad impartiendo justicia.

Es entonces cuando se revela la colectividad reclamando justicia y exigiendo que condenen a quienes han infringido las leyes, pedido que resulta en nuestro país como una constante hace mucho tiempo.