Pablo Neruda, “poesía sin pureza”

Carlos Ferrer

Pablo Neruda (1904-1973), el «chileno del sur», como gustaba llamarse, fue un poeta portentoso e irregular, egocéntrico y solidario, íntimo y telúrico, melancólico y vitalista, proteico y torrencial.

Con motivo del cincuentenario de su muerte, la editorial española Lumen ha reeditado el pasado septiembre Residencia en la tierra (I. 1925-1931; II. 1931-1935), con prólogo de Raúl Zurita, con el fin de surcar la globalidad de la poesía nerudiana y devolver a los estantes de las novedades la obra de un poeta en busca de nuevos lectores, porque lo que varía en la recepción de una obra con el paso de los lustros no es la manera de leerla, sino el lector, que no ve lo mismo hoy que lo que vio años atrás.

Si bien el posmodernista Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) es su libro más conocido, el que más influencia literaria ha ejercido es Residencia en la tierra, donde el poema es una expresión asumida de la realidad, su absoluta visión de lo que le rodea. Esencia y circunstancia, ruptura y desgarro.

Un cansancio de ser hombre, sitiado y vencido. En la revista española Caballo Verde para la Poesía, de octubre de 1935, Neruda polemiza con Juan Ramón Jiménez y defiende una poesía impura donde lo espontáneo y vital comparta versos con la degradación y el sufrimiento. Solo el estallido de la guerra civil española hizo que el chileno abandonara este subjetivismo por una estética más militante y socialmente comprometida, por una “utilidad pública”.

Nombrado cónsul en Rangoon en 1927, en Java en 1930, en Singapur en 1931, en Buenos Aires en 1933, en Barcelona en 1934 y en Madrid en 1935, Neruda consigue que en abril de 1933 se edite el primer volumen de Residencia en la tierra en una tirada de cien ejemplares firmados por el autor e impresos en papel holandés Alfa-Loeber, y no fue hasta 1935 en Madrid cuando se editan los dos volúmenes del libro, momento desde el que comienza a influir en los miembros de la generación del 27.

Los primeros poemas de Residencia en la tierra vieron la luz pública en revistas literarias chilenas entre 1925 y 1926 (Zig Zag, Claridad, Atenea); en España, a pesar del entusiasmo de Alberti, la insistencia del propio Neruda y la publicación en Revista de Occidente de los poemas “Galope muerto”, “Serenata” y “Caballo de los sueños”, Residencia en la tierra solo encontró indiferencia, como la de Guillermo de Torre, hasta la primera edición completa del libro (de 1935), conocida como edición Cruz y Raya (por el nombre de la revista que dirigía José Bergamín).

La evolución poética de Neruda, escritor ubérrimo, evidencia un anclaje y una condensación en el sentimiento, con un tono que oscila entre la melancolía y lo pavoroso, así como una oscuridad en la técnica compositiva.

Residencia en la tierra versifica la triste belleza del dolor infinito, la ceniza de fuego, el deshielo de lo existente, el derrumbe de lo alzado y la soledad ante el desmoronamiento; todo lo que conlleva expresión de vida lo es porque huye de la muerte, aunque a cada paso se acerca a ella. Residencia en la tierra es la paulatina desintegración de lo vivo en su camino hacia lo inerte, hacia la ruina incesante que es –y es solo– el existir.

«Residencia en la tierra es la paulatina desintegración de lo vivo en su camino hacia lo inerte, hacia la ruina incesante que es –y es solo– el existir. Si bien en el primer tomo hay aún poemas de corte amoroso, de andadura prosaria que trasvasan el lirismo endocéntrico a los raíles de lo narrativo y que eluden la angustia, los versos nerudianos del segundo tomo se encrespan, y un sentimiento ensimismado lo acapara todo sin perder la coherencia íntima de sus elementos, pero arrastrando el carro de las cogitaciones del ser, unos versos acrisolados que no renuncian a la plétora sustantiva ni a la exploración del desamparo»

Si bien en el primer tomo hay aún poemas de corte amoroso, de andadura prosaria que trasvasan el lirismo endocéntrico a los raíles de lo narrativo y que eluden la angustia, los versos nerudianos del segundo tomo se encrespan, y un sentimiento ensimismado lo acapara todo sin perder la coherencia íntima de sus elementos, pero arrastrando el carro de las cogitaciones del ser, unos versos acrisolados que no renuncian a la plétora sustantiva ni a la exploración del desamparo. García Lorca dijo de Neruda que era «un poeta más cerca de la muerte que de la filosofía, más cerca del dolor que de la inteligencia, más cerca de la sangre que de la tinta».

Una naturaleza que no se transforma, sino que se degrada («del río que durando se destruye»), una naturaleza entre el ser y la nada, entre el amor salvador existente en el primer volumen y el progresivo hundimiento. Las imágenes oníricas confieren al poemario una matriz surreal de un mundo desolado, pesimista en lo que respecta al hombre, y que solo puede aliviarse con el amor, un amor pasajero y efímero insuficiente para superar la soledad, el individualismo. Algunas de sus imágenes recurrentes son la lluvia, las olas, la sal como metáfora de la destrucción, la cadencia marina que todo lo socava, el naufragio en el vacío, todo ello influenciado por el alejamiento personal de su tierra, de su gente, una distancia insalvable que le lleva a explorar ese aislamiento al abrigo de los versos. La ciudad, ese páramo urbano, también es el marco de ese deterioro, de esa degradación, anónima e impersonal, poblada por antihéroes y en la que el poeta acumula ansiedades sin salida, un sombrío tormento fruto de sus años en el infierno asiático (1927-1932) sin lenitivo alguno para un presente doloroso y desarbolado, la amenaza de los rotundos grilletes de la realidad. La experiencia personal de Neruda, una vivencia sombría, está sometida a las peculiaridades del cauce y a las avenidas aluviales que se producen en su camino hacia la desembocadura, y los avatares de su vida pasan sin solución de continuidad a la obra cual incitaciones del momento. Esa fluencia asedia su universo creativo y tiñe de angustia los versos hasta el punto de construir con ella su identidad: «Estoy solo entre materias desvencijadas, / la lluvia cae sobre mí y se me parece, / se me parece con su desvarío, solitario en el mundo / muerto».

La métrica de Residencia en la tierra está conformada por estrofas sáficas sin rima, series de endecasílabos, alejandrinos con hemistiquios y sin rima, eneasílabos y decasílabos, los cuales consiguen un ritmo poético con el uso de enumeraciones caóticas y ráfagas de metáforas y comparaciones, encabalgamientos sintácticos y el uso de vocablos que entre sí apenas difieren en algunos fonemas (tibias/turbias, pálidas/planillas). Ecos del poema “Pegasus”, del dariniano Cantos de vida y esperanza, se hallan presentes en Residencia en la tierra como un río subterráneo.

El hermetismo de Residencia en la tierra dejaría paso a la poesía social, de trinchera y comprometida de España en el corazón (1937), pero esa es otra cuestión.

“Barcarola” (fragmento)

[…] Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,

rodeado por el día muerto,

frente a una nueva noche,

llena de olas,

y soplaras en mi corazón de miedo frío,

soplaras en la sangre sola de mi corazón,

soplaras en su movimiento de paloma con llamas,

sonarían sus negras sílabas de sangre,

crecerían sus incesantes aguas rojas,

y sonaría, sonaría a sombras,

sonaría como la muerte,

llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,

o una botella echando espanto a borbotones.

Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas

y la lluvia entraría por tus ojos abiertos

a preparar el llanto que sordamente encierras,

y las alas negras del mar girarían en torno

de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.

¿Quieres ser el fantasma que sople, solitario,

cerca del mar su estéril, triste instrumento?

Si solamente llamaras,

su prolongado son, su maléfico pito,

su orden de olas heridas,

alguien vendría acaso,

alguien vendría,

desde las cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,

alguien vendría, alguien vendría […]

Los apuntes

• Neruda, admirador de Rimbaud y traductor de Rilke y de Romeo y Julieta, era un ávido lector de novela policíaca y un gran aficionado a las mariposas, hasta el punto de que trabajó entre 1941 y 1948 en el Museo de Zoología comparativa de Harvard.

• Los poemas de Residencia en la tierra preferidos por Vargas Llosa son “Caballero solo” y “El tango del viudo”.

• Albertina Azócar, María Antonieta Agenaar «Maruca», Teresa Vásquez, Josie Bliss, Delia del Carril «Hormiguita» y Matilde Urrutia coparon el corazón del poeta chileno.

• Ni Pablo de Rokha ni Vicente Huidobro apreciaron la producción literaria de Neruda, y Juan Gelman y Ricardo Paseyro ejercieron la militancia antinerudiana.

• Para Mario Benedetti, las dos “presencias tutelares” de la poesía latinoamericana del s. XX fueron Vallejo y Neruda.

• Neruda definió a César Vallejo como un «poeta de poesía arrugada, difícil al tacto de piel selvática, pero poesía grandiosa, de dimensiones sobrehumanas».

Carlos Ferrer

Revista Semanal