Un Estado desmoralizador

Una vez, que la realidad de la indolencia y el desparpajo abusivo de la corrupción, ha sobrepasado todo tipo de camuflaje empleado para esconder el infame saqueo y la imperdonable opresión fascista instaurada contra las distintas poblaciones, cuyo clase proletaria aparentemente le ha colocado ineludiblemente, en estado de indefensión; que es difundida y promovida por la institucionalidad (estructural y superestructuralmente), el argumento, y la cultura estatal burguesa como una construcción natural cósmica imposible de soslayar,…, el Estado somete a toda la población a un proceso destinado a generar un efecto desmoralizador y de pérdida de confianza de sí mismo.

Siendo así, la estrategia de desmoralización permanente de la burguesía y su Estado ha sido exitosa, y el proletariado casi por inercia deposita su poder y posibilidad de lograr bienestar, en las manos de la clase que la oprime audaz e inmisericordemente, la burguesía.

Todo lo dicho puede confundirse con la verborrea de una izquierda desclasada, desustanciada y traidora de su propósito y objetivo estratégico, más sin embargo es sólo el reflejo de la realidad que objetivamente se levanta, y se refleja en todos los aspectos.

El proletariado escogerá en un proceso electoral fraudulento desde su estructuración, instauración e implementación a quien en supuesta acción democrática asuma el poder de gobernar. El hecho es que ninguna de las propuestas electorales, lo representan.

Solo existe una manera, de dar vuelta a esta situación, y seguro es que sea llamada como una acción terrorista de los ingobernables; Y es el derecho histórico a la insurgencia, que le corresponde al proletariado, que guarde coherencia y reconocimiento de sí mismo, destacando la fragua ardiente de la lucha por la libertad.