Los paraísos ficticios

El domingo pasado, algunos manifestantes exaltados quemaron dos iglesias en Santiago de Chile en el primer aniversario de las revueltas ocurridas en el 2019. Aún no se han definido con claridad los responsables de este hecho y circulan versiones contradictorias sobre lo ocurrido.

Durante muchos años, Chile fue la estrella pop del neoliberalismo, el país ubicado en las antípodas del “paraíso socialista” representado por Cuba en el escenario latinoamericano. Sin embargo, ambos países distan muchísimo de ser un paraíso: en Chile, por ejemplo, el pasaje de metro cuesta poco más de dos dólares en horario pico y en Cuba si un turista quiere comprar una botella de agua debe recurrir a los hoteles internacionales porque las tiendas de barrio están desabastecidas o acaparan ciertos productos.

En Chile, las AFPs secuestraron la seguridad social y el modelo de “concertación” liquidó a la educación pública. Si alguien quiere estudiar sencillamente debe pagar mucha plata. De ahí que no extraña que la tasa de deserción escolar sea altamente preocupante. En Cuba, si bien la educación es gratuita y en las librerías hay variedad de títulos y a bajo costo, las personas aún tienen que recurrir al wifi de los hoteles para conectarse a internet y el sexo por dinero produce en una noche lo que un profesional ganaría en un mes.

Empero, ambos países tienen una larga historia de resistencia: en Chile, los mapuches fueron quizás el único pueblo que no pudo ser dominado totalmente por los españoles. La famosa “Guerra de Arauco” duró poco más de dos siglos y mantuvo en jaque al sistema colonial. En Cuba, el cacique taíno Hatuey fue uno de los primeros líderes contra la usurpación y el despojo protagonizado por los conquistadores europeos.

Los “paraísos” son invenciones dictadas por ideologías que en nada aportan a cicatrizar las heridas históricas de América Latina. Quemar cultura sólo agrandará aún más la brecha de desigualdad que agobia al continente.