Un obispo en el olvido ibarreño

Para los ecuatorianos en general y para los ibarreños, muy en particular, el nombre de José Cuero y Caicedo es parte de su historia brillante, pues el Obispo de Quito, nacido en Cali, fue puntal trascendental de la Revolución Quiteña entre 1809 y 1812, principalmente en el levantamiento del 10 de agosto de 1809, en cuya Junta fue nombrado vicepresidente a sus 74 años de edad.

El Primer Grito de Independencia fue literalmente abatido por la perversa masacre del 2 de agosto de 1810, pero el 11 de octubre de 1811 el pueblo quiteño volvió a proclamar su independencia de España y sus representantes eligieron al Obispo como el Primer Presidente de la Junta de Gobierno, y a partir del 11 de diciembre de 1811 como Presidente del nuevo Estado de Quito, organismo que convocó a un Congreso de los Pueblos para elaborar la Ley Constituyente del 15 de febrero de 1812.

Irónicamente la derrota militar en la ciudad de Ibarra, en la denominada Batalla de San Antonio de Ibarra, -27 de noviembre de 1812- termina con su captura, y librándose del fusilamiento es desterrado a España, despojado de todos sus bienes y pertenencias, y en la pobreza absoluta en el invierno de 1815 llega a Lima, ciudad en la que enferma gravemente de neumonía y, al no contar con recurso alguno para su atención, fallece en el abandono y miseria lacerantes el 10 de diciembre de 1815, a los 80 años de edad, pues había nacido en 1735.

Después se supo que sus restos mortales estaban abandonados en el Hospital Real de San Andrés y se iniciaron trámites especiales que culminaron con la repatriación de los mismos a Guayaquil el 1 de marzo de 2016 y, finalmente, su llegada a Quito el martes 13 de septiembre del mismo año, para reposar definitivamente en la Catedral Metropolitana junto a los próceres Antonio José de Sucre y Carlos Montúfar.

Para la frágil memoria de los ibarreños recordemos que la Junta Soberana del Gobierno de Quito, el 11 de noviembre de 1811, resolvió elevar a Ciudad a nuestra primigenia Villa de San Miguel de Ibarra, reconociendo su aporte significativo, en bienes, servicios y pueblo enfervorizado por las grandes acciones de la emancipación, pero que la ingratitud vigente se encuentra por 209 años con una omisión imperdonable de habitantes y munícipes de nuestra inefable sociedad.

¿Qué necesitamos los ibarreños para recuperar nuestra memoria histórica?