A dios rogando

Confieso que no he tenido la tendencia a formular rogativas al finalizar o al iniciar un año calendario de nuestro discurrir existencial. Y el hecho no deviene en una postura pesimista o de incredulidad, ni siquiera agnóstica, pues considero que el hombre moldea su destino con su actitud y su comportamiento ante sí mismo y ante quienes lo rodean, dígase, entonces, sus familiares, relacionados y la sociedad en la que demora, especialmente. Por ello, es válido aquello de que para mirar el futuro hay que regresar a mirar atrás, con la reflexión de dónde venimos o hemos partido para llegar a donde hoy estamos y, después, a dónde emprendemos.

Distintos son los propósitos, los objetivos, y las propuestas que se vierten en fechas especiales, que guardan el deseo de alcanzar la felicidad a costa del esfuerzo, la planificación, hasta el sacrificio, en orden a hacer de la vida un espacio o un recorrido de dignidad y emulación social. Un inventario organizado de acontecimientos impregnados de memorias y de recuerdos que calan hasta en la nostalgia de días pasados, de hechos consumados y de latencias palpitantes que sobrecogen el espíritu cuando evocamos a nuestros padres que se adelantaron por siempre, pero que se quedaron en el corazón, en el entendimiento y en la impronta de nuestros días. O cuando se nos escapó de un tajo la mitad del alma dejándonos a cambio la soledad de las tinieblas en dicho filial espacio.

Por ello me repugna, por ejemplo, que se crea en lo que decía el extravagante confeso de Walter Mercado, cuyo anillo y brillantes debía rematarlos para donar a los niños de la calle, y aún su peluca para algún calvo necesitado. Y así, cientos de adivinos y charlatanes que hacen su agosto a costa de los incautos que en el mundo han sido, y seguirán siéndolo.

En este orden de cosas desordenadas, por lo menos es de desear que en el Ecuador brille la luz de la inspiración y la reflexión; de la sensatez de todos sus estratos sociales y generacionales, para que se “acierte” con una decisión que conlleve la selección de un ciudadano que acopie un perfil de probidad y credibilidad pública señalada, a fin de que pueda conducir los destinos de este país que ha transitado a golpes y empujones por un camino escabroso y pendenciero, y le acompañe en la dura tarea de gobernar para todos nosotros, sin los riesgos de convertirse en invitado de piedra o en mirón de lo que se llevan.