Es posible un cambio

Algunos países han salido del subdesarrollo. Dejaron a un lado el despotismo y acogieron el pluralismo del sistema representativo. Cambiaron la economía asfixiada por el proteccionismo, la burocracia y la corrupción. Escribieron leyes que impulsan la economía, el libre mercado y la apertura al mundo.

Este tránsito ha tenido un alto costo, y esos países lo han pagado y lo están pagando. Muestran que el cambio es posible con la condición de que se facilite un consenso entre las fuerzas políticas. Esta es la única alternativa hacia al progreso y la renovación.

Pasamos los días atemorizados de los conflictos. Escuchamos a muchos candidatos propuestas que predican el fracaso de la democratización. Defienden el despotismo autoritario que intenta volver, acompañados de conflictos étnicos y anarquía. En el mismo país se repite la expedición de grupos que destruyen y empujan a una crisis de efectos impredecibles.

En América Latina todavía existen países enredados en el atraso como Cuba, Haití, Venezuela, Guatemala. Sin embargo, las administraciones nacidas de elecciones libres, claras y honestas como Paraguay y Uruguay se fortalecen y las políticas de integración a los mercados mundiales se encuentran robusteciendo las economías y consiguiendo índices de crecimiento. Lo más efectivo es el desarrollo para sepultar a la violencia del populismo político vinculado al tráfico de drogas y amparados de grupos sociales responsables del atraso.

En la segunda vuelta electoral, antes de depositar el voto podemos fijar una idea: existe la posibilidad de perfeccionar el sistema democrático corrigiendo algunas deficiencias que podrían paralizar al país.

Entre las taras dominantes figuran la corrupción, el tráfico de influencias, los negociados a la sombra del poder. Estos escándalos obscurecen a casi todas las democracias latinoamericanas.

Nada desmoraliza más como la sospecha de que quienes han obtenido la confianza popular pueden delinquir. Esta sospecha contamina a la clase política y genera apatía y cinismo. El voto nulo, en blanco o la abstención es el síntoma de esta grave enfermedad.

Otro problema grave es la brecha entre los que tienen mucho y los que tienen poco o nada. La desigualdad ha permanecido dormida en períodos de abundancia. Pero en tiempos de crisis, como la presente, cuando llega la hora del sacrificio, cambia el significado de la vida con altos índices de desempleo, inseguridad frente al futuro, diferencias en la distribución de la riqueza, lo que generan rechazo, indignación y desafecto al sistema.

La fórmula social consiste en mantener vivo el espíritu de empresa, la voluntad de inversión, la creatividad económica, que son fuente de progreso y bienestar. Por desgracia, mata el intervencionismo del Estado.

La oportunidad abierta a todos de ascender al bienestar y la paz, está en la inventiva, o el peligro de descender a los círculos de sufrimiento con la inhabilidad y pereza. Un peligro encendido está a la vista y es el contubernio mafioso entre grupos políticos y sociales populistas.

Acompañan a la sociedad actual ecuatoriana la corrupción, la indiferencia cívica, la desinformación y hasta la ignorancia, y más, la atrevida defensa del socialismo y el abuso correísta. En nuestros días los protectores de estas doctrinas, o los resucitados, no se comparan con los periodos de dificultades anteriores. Tenemos a cambio, sectas de izquierda y partidos populistas.

El verdadero enemigo que tiene la cultura de la liberad son los extremismos, las brutalidades y los fanáticos absurdos.