El futuro

Parece que al ecuatoriano actual no le importa nada el futuro. Ni siquiera cree en él. El futuro es una superstición que pertenece al pasado. La mentalidad de la “revolución ciudadana” ha abolido, cuando menos, un tabú, el tabú del futuro, que generaba expectativas de ahorro, hoy tan en decadencia gracias al mal ejemplo de un gobierno derrochador que desdeña las virtudes del ahorro. El ecuatoriano ha comido del pasado y del futuro. Del futuro más vale no hablar, y no porque lo ignoremos, sino porque, en general, le tememos. Con tanto Correa y tanta “revolución ciudadana”, el futuro preferimos olvidarlo. Los que se manifestaron pro Correa se manifestaban pro “revolución ciudadana”, y ya estamos viendo su colofón.
A mi edad, yo no voy a iniciar una nueva vida, pero ésta, la de siempre, la voy a disfrutar a fondo. La verdad me importa poco esta “revolución ciudadana”. Vivíamos, ya digo, el tabú del futuro, el irracionalismo del futuro. Tabú inducido, naturalmente, por los vendedores de futuro que quieren gobernar 300 años.
Y el tabú del futuro (el Ecuador ahorrador) se ha trocado en el tabú del presente. Es claro, una filosofía que corre por la “patria chica” desde hace nueve años: «No hay mejor ahorro que una correcta inversión», según lo expone el más preclaro de los “filósofos” de la “revolución ciudadana”. Es la filosofía del consumo. Vamos a gastarnos los ingresos petroleros en un abrir y cerrar de ojos y ya veremos cómo nos arreglamos después -mejor dicho cómo se arregla el próximo “pato” que sea presidente en el 2017-.
El futuro no existe, porque no vamos a vivirlo. Y, si lo vivimos, será a su vez como presente. De modo que el futuro nunca llega. Dice Borges que “la poesía siempre trabaja con el pasado”. El futuro sólo existe a condición de desaparecer: cuando llegue, será presente.