A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es de César

Fausto Jaramillo Y.

Uno de los efectos colaterales del destape de los casos de corrupción que estamos viviendo en el Ecuador es el del crecimiento exponencial de la desconfianza.

No hay día en que en los corrillos y conversaciones familiares y de amigos, en las redes sociales y en todas partes no veamos y escuchemos que la corrupción ha llegado a tal o cual persona por el único delito de llevar tal o cual apellido, de ser amigo de tal, o de ser familiar cercano o lejano de tal otro.

No, no hace falta que exista la justicia; los jueces y fiscales somos todos, y todos formamos los inapelables tribunales donde sin el debido proceso, basados en las más elementales pruebas, condenemos a quienes opinan sobre cualquier tema de interés social. Si algún viejo opina, la vindicta pública le condena por ser viejo; si aquel otro opina, no tarda un minuto cuando alguien señala que no puede opinar porque su hijo, su padre, su hermano o hermana, su tío, su primo o su cuñado cometió tal error hace apenas 100 años.

Aquel principio jurídico de que todos somos inocentes hasta que alguien pruebe lo contrario, se ha transformado en otro que destaca que todos somos culpables hasta que nosotros probemos lo contrario; y lo peor es que no solo debemos hacernos responsables de nuestros actos, sino que en la actualidad también lo somos de los actos de nuestros amigos, de nuestros familiares, de agnados y cognados.

Apenas aparece un nombre en la palestra pública, un ejército de ecuatorianos se dedica a investigar a la familia, a la historia personal, a la trayectoria profesional y hasta los lunares que tiene ese personaje en su cuerpo. Luego, se internan en sus amigos, en sus familiares y hasta en el historial del perro o gato que comparte su casa.

A este paso, nuestras autoridades deberán seres intergalácticos, ángeles caídos del cielo, engendrados sin la intervención de padres, sin contactos de ninguna clase, sin amigos, que hayan crecido en campanas de cristal incorruptible, donde no les llegó “ni el sol, ni el viento”. Solo así serian aceptados por los ecuatorianos.

Ya va siendo hora de que meditemos y actuemos razonadamente, que pensemos que la sociedad está compuesta de seres humanos con virtudes y defectos y que la política y la administración pública, no es ejercida por espíritus perfectos. Nadie puede ser culpable de que algún amigo o algún familiar hayan trabajado o trabajen en tal empresa, para tal o cual partido político o para tal o cual administración.

A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César.